23 de junio de 2019

Alicia de Jonathan Miller (1966)







Esta versión de 1966 de Alicia en el País de las Maravillas es una producción para la televisión de la BBC, dirigida por Jonathan Miller, quien, en la época, era conocido como autor y director del programa satírico Beyond the Fringe. La película formaba parte de una serie llamada “La obra del miércoles”, para la cual habitualmente se escribían piezas nuevas. Una de ellas, dirigida por Dennis Potter, estrenada en octubre de 1965, y titulada sencillamente Alice, había tratado la relación entre el reverendo Charles Dodgson y Alice Liddell, aunque ninguno de los actores repetiría en la producción de Miller.

Esta película destaca entre las adaptaciones de Alicia en el hecho de que los actores no están caracterizados con disfraces, ropa ni maquillaje como los personajes a los que representan. Todos los actores van sobriamente vestidos con atuendos victorianos, y actúan como el Conejo Blanco, el Sombrerero o la Oruga, sin ningún atavío especial. Jonathan Miller se enfrentaría así a una de las más famosas adaptaciones de la obra, la de Norman McLeod de 1933, en que famosos actores quedaron completamente irreconocibles bajo capas de disfraces, enormes máscaras y sobrecarga de utilería. “Una vez que retiras la cabeza del animal, te comienzas a dar cuenta de qué va [la historia]. Una niña pequeña rodeada de gente con prisas y preocupada, que se pregunta: '¿Es esto lo que significa ser adulto?'”. Curiosamente, para el papel protagonista fue elegida Anne-Marie Mallik, de trece años, que no tenía ninguna experiencia de actuación previa y que, después de su aparición en la película, tampoco manifestó el menor interés en dedicarse al cine. Según él mismo declaró, Jonathan Miller escogió a la niña por su “aire de solemnidad victoriana”. El resto del elenco, por el contrario, estuvo constituido por actores consagrados.

Anne- Marie Mallik en el papel de Alicia.

La banda sonora de la película estuvo a cargo del virtuoso del sitar Ravi Shankar, muy popular en la época por sus actuaciones en grandes salas del Reino Unido y su relación con el beatle George Harrison, de quien fue maestro. El contraste entre la ambientación estrictamente victoriana y el anacrónico exotismo de la música tradicional india fue también uno de los aspectos más comentados de esta versión.

En principio, nos encontramos ante una adaptación clásica del libro de Carroll, que sigue cronológicamente casi todas las escenas del País de las Maravillas, y no añade material a los diálogos originales, aunque los puede alterar un poco. Comienza con una niñera (Freda Dowie) peinando y arreglando a Alicia ante un espejo, mientras Lorina (Jo Maxwell-Muller) la observa en silencio. Las hermanas salen al jardín y pasean un rato por el bosque antes de sentarse en la ribera del río, todo ello sin intercambiar palabra; Lorina se pone a leer y Alicia tumba en la hierba y se duerme. 

Wilfrid Brambell como el Conejo Blanco.

Cuando aparece el Conejo Blanco (Wilfrid Brambell), Alicia lo sigue a la madriguera, que es el arco de un antiguo puente o canal. La película mantiene los efectos especiales al mínimo, de modo que Alicia no cae, sino que recorre un laberinto de escaleras y pasillos (la escena fue filmada en un hospital abandonado) hasta llegar al Vestíbulo de las Muchas Puertas. Mira el jardín a través de la puertecita, prueba las llaves, bebe y encoge, come y crece, recita para sí misma, llora… 


Hay un momento en que se insinúa el Lago de Lágrimas, pero en realidad Alicia simplemente pasa a otra habitación donde se encuentra con el Ratón (Alan Bennett) y el resto de animales (entre los que se puede ver a Eric Idle, muy joven, que no aparece en los créditos). Los animales hablan de secarse (aunque todos están perfectamente secos), y el Ratón comienza a contar una historia, pero todos suspiran, bostezan y carraspean, y el Dodo lo interrumpe y propone realizar en su lugar una Carrera Loca. 


Se produce la Carrera Loca, que en efecto consiste en correr convulsivamente por las habitaciones, pasillos y patios interiores. Al final de la carrera, los participantes comienzan a pelearse, hasta que el Dodo declara que todos han ganado. Alicia reparte los premios, y los demás animales le piden al Ratón que continúe su historia, pero éste se marcha, molesto porque antes lo habían interrumpido.  

Lo siguiente que vemos es a Alicia corriendo en dirección a la casa del Conejo Blanco, mientras la voz éste, en off, le manda buscar sus guantes. Alicia bebe un frasco que encuentra en la casa del Conejo y aumenta de tamaño. Oye al Conejo impacientarse, y hablar con otros animales. 


A través de la ventana le tiran pastelitos, se come uno y vuelve a disminuir. Sale corriendo de la casa (en cuyo exterior, solo por un momento, se ve al Conejo, Pat y Bill), atraviesa un jardín donde le ladran unos perros enjaulados, y, a través de un invernadero derruido, llega a un despacho o biblioteca donde tiene la conversación con la Oruga (Michael Redgrave). Alicia recita, a trompicones, algunas estrofas de Eres viejo, padre William”.


Alicia oye ruidos en una habitación cercana, y conversa con el Lacayo-Pez (Anthony Trent) y el Lacayo-Rana (John Bird). 


Entra en la habitación, donde están la Cocinera (Avril Elgar), la Duquesa (Leo McKern, travestido), el bebé- cerdito y un gato real vivo, además de los cadáveres, también reales, de un cerdo, gallinas y otros animales destinados a la olla. Hay algunos primeros planos desagradables de la cabeza del cerdo muerto. Alicia, que no se inmuta ante lo que contempla en la cocina, sale de ella con el bebé-cerdito en brazos y lo deja libre en el bosque. Mientras camina sin rumbo, habla (¿telepáticamente?) con el que, adivinamos, es el Gato de Cheshire; nunca se han presentado.


A través de una puerta- espejo, Alicia, con un traje diferente y un sombrero que llevaba al salir de su casa pero no al entrar en la madriguera, llega a la casa de la Liebre de Marzo, y se sienta a la mesa con el Sombrerero (Peter Cook), la Liebre (Michael Gough), y el Lirón (Wilfrid Lawson). Alicia se aburre soberanamente durante la merienda y pasa la mayor parte del tiempo hundiéndose en su asiento, sin mirar siquiera a los demás comensales.


Luego entra paseando en el jardín de la Reina y encuentra a los Soldados-Carta que pintan las rosas. 


Llega el desfile y conoce al Rey (Peter Sellers) y a la Reina de Corazones (Alison Leggatt). Se incorpora a la comitiva y charla un rato con el Conejo Blanco.Tras dar un largo paseo con cada vez más acompañantes (músicos, tamborileros, portaestandartes…), llegan a un gran campo donde celebran la partida de croquet. Alicia no juega; se aburre, se pone a tejer guirnaldas, ojea un libro; una de las camareras de la Reina le cepilla el cabello. Habla con el Gato de Cheshire, y luego la Duquesa la encuentra y se une a ella en su paseo mientras le habla de las moralejas.


Luego se encuentra con el Grifo (Malcolm Muggeridge) y la Tortuga Falsa (John Gielgud), con los que habla sobre sus días de colegio y asignaturas, y pasean por la playa mientras le muestran el baile de la “Cuadrilla de Langostas”.


Alicia entra entonces en la sala del juicio, y actúa ella misma como escribana, tomando nota de las disparatadas declaraciones de los testigos, que canturrean, hacen ruidos y en general pierden el tiempo; el mismo Rey dormita en su silla. 


Alicia comienza a crecer de modo inesperado, y cuando le replica a la Reina, ésta comienza a gritar “¡Que le corten la cabeza!”. Alicia no se inmuta cuando el ruido y la confusión aumentan a su alrededor. Y entonces simplemente se despierta, se incorpora, se pone el sombrero, y ella y Lorina se levantan y se marchan. Los créditos, con más música de sitar, muestran las ilustraciones que hizo Lewis Carroll para la primera versión del cuento.


La película, hablando en plata, es rara. Hoy consideraríamos que es “cine experimental” o “cine de autor”: es un proyecto estético más que narrativo. Filmada en 9 mm., con una fotografía perfecta, se centra en mostrar la belleza de los lugares y las escenas más que en contar una historia que la mayoría de espectadores se sabe ya. Carece casi por completo de efectos especiales. Las escenas en que Alicia crece y encoge se realizan con la actriz simplemente acercándose o alejándose de la cámara; muy notablemente, cuando disminuye de tamaño dentro de la casa del Conejo, lo hace corriendo hacia atrás. El Gato de Cheshire se ve un momento, como un animal real, en la cocina de la Duquesa, pero luego solamente se oye su voz, susurrando, cuando habla con ella. Únicamente en la partida de croquet se ve la cara del animal sobreimpresionada en el cielo.

El Gato de Cheshire en su único momento "visible".

La actuación no es la que esperaríamos en una película de fantasía en que una niña conoce a los personajes más dispares. Alicia tiene todo el tiempo la mirada perdida, no sonríe más que en un par de ocasiones (y de modo casi imperceptible), y habla con un tono de voz monocorde y aburrido. No se inmuta ante nada, no se emociona, no se asusta. Vaga de un lugar a otro, se dirige a los seres que encuentra sin mirarlos. Conociendo las ilustraciones de Lewis Carroll, es evidente que han intentado imitar a la Alicia de estos dibujos, pero también conviene recordar que el propio Carroll estaba insatisfecho con ellos. La Alicia de esta película tiene una expresión continuamente melancólica. Solemne tal vez, pero rayana en la tristeza.


Y los habitantes del País de las Maravillas, cierto, se comportan de modo alocado e impredecible, pero quizá no de la manera que imaginamos al leer el libro.  El final de la Carrera Loca, por ejemplo, es uno de los momentos más extraños. Los animales – que, recordemos, no están caracterizados como tales – se arrojan unos sobre otros, golpeándose, gruñendo y emitiendo chillidos como si fueran cerdos, y luego, en el momento en que el Dodo declara que todos merecen premios, se levantan dando tumbos y comienzan a gemir “Premios… premios…” en la manera en que hoy imitaríamos a un grupo de zombies.

Las transiciones entre escenas son irregulares. Muchas comienzan con voces oyéndose en off o en eco, o con Alicia simplemente apareciendo en ella, sin que haya terminado la escena anterior. Incluso dentro de las secuencias hay cortes o fundidos, como si fuera a producirse un cambio, para que después el diálogo continúe. Y algunas escenas son largas, muy largas. Van alargándose, y Alicia está simplemente allí. Y se oyen himnos, y zumbidos de abejas y cricrís de grillos, y no parece que ocurra nada. Es el País de las Maravillas: el Tiempo tiene voluntad propia.

Vale la pena ver esta película, aunque sea solo una vez. El que apenas se usen efectos especiales y que los personajes animales no lleven disfraz “obliga” a explotar lo que puede ser maravilloso y mágico en un entorno real. Los interiores, incluyendo la “caída” por la madriguera del Conejo, fueron filmados en un edificio abandonado de la misma época victoriana (el hospital militar de Netley, cerca de Southampton), con láminas anatómicas en las paredes, y algunas partes derruidas por el paso del tiempo. Es uno de los mejores logros de la adaptación: Alicia está en un mundo que se parece al suyo pero no lo es exactamente, o no del mismo modo. Y, excepto en el caso del Gato de Cheshire, que decididamente no está bien resuelto, los actores en traje victoriano se comportan como todos sabemos que son sus equivalentes animales. Ver a Wilfrid Brambell en el momento en que saca su reloj de bolsillo y lo señala impacientemente es ver al Conejo Blanco, con más nitidez que en versiones donde lleva un disfraz completo.

La película no está editada por ninguna compañía española ni doblada al castellano. Existen al menos tres versiones en DVD, de la que, aparentemente, la más recomendable por la calidad de imagen y contenidos adicionales es la de Warner de 2010. Se puede encontrar con relativa facilidad en canales de vídeo de Internet. Y merece la pena, aunque haya siempre algo que nos resulte incómodo (la tristeza de Alicia, los animales muertos y/o disecados, la extensión de algunas escenas, la mínima presencia del Gato de Cheshire), seguro que hay algo que nos llama la atención por su acierto y belleza.

Fuentes:

Internet Movie Database.



Wikipedia.

18 de junio de 2019

Mary Blair (1911- 1978)


Mary Blair a mediados de los 40.


Mary Blair fue una ilustradora, diseñadora y animadora estadounidense que destacó por su trabajo para los estudios Disney. Durante unos treinta años, Blair realizó arte conceptual para películas como Cenicienta (1950), Alicia en el País de las Maravillas (1951) y Peter Pan (1953), y posteriormente diseñó decoración, animatrónicos y murales para los parques, entre los cuales destaca muy especialmente toda la atracción de “Es un pequeño mundo” (1964). 

Nacida Mary Browne Robinson en Oklahoma, Mary se mudó con su familia a varios estados hasta establecerse en California, y estudió en la Universidad Estatal de San José desde 1929 a 1931. Tras su graduación obtuvo una beca para el Instituto de Arte Chouinard, en Los Ángeles, donde enseñaban artistas como Pruett Carter, Morgan Russell y Lawrence Murphy. Se graduó de Chouinard en 1933, y al año siguiente se casó con otro artista, Lee Everett Blair, convirtiéndose a la vez en cuñada del animador Preston Blair. Su marido y ella formaron parte de la escuela de California de pintores a la acuarela.

Su primer trabajo profesional fue de animadora para la Metro-Goldwyn-Mayer, pero pronto lo dejaría para trabajar con su marido en el estudio Ub Iwerks. Comenzó a trabajar para los estudios Disney en 1940, y realizó algunos dibujos para Dumbo, una primera versión de La Dama y el Vagabundo, y lo que sería una secuencia para la segunda parte de Fantasía, titulada “Baby Ballet”, que finalmente vería la luz a finales de los 90, pero no se incluiría en Fantasía 2000. Sus acuarelas captaron la atención de Walt Disney, que la nombró supervisora artística en varias películas que combinaban dibujos animados y acción real: Saludos amigos (1942), Los Tres Caballeros (1944), Canción del Sur (1946) y Danny (1948). 


Para Alicia en el País de las Maravillas, Blair realizó unas cincuenta ilustraciones, principalmente en acuarela y guache. Su uso del color, fuerte y sólido, contrastaba con la suavidad de los tonos pastel que se había establecido en películas como Dumbo y Bambi. Raramente trazaba una línea para delimitar los perfiles y las formas; las figuras se diferenciaban del entorno solamente por los colores. Inspirándose en las ilustraciones de John Tenniel, Mary Blair dibujó personas con cabezas y miembros ligeramente desproporcionados, y dio un enfoque modernista tanto a los personajes como a los escenarios, sin llegar a la caricatura, pero alejándose del realismo y la delicadeza que Disney aplicaba a todas las figuras femeninas como Blancanieves, Cenicienta o el Hada Azul de Pinocho

Aunque sus dibujos fueron muy apreciados, Walt Disney pensaba que resultaban un poco siniestros para una película infantil. Mary Blair había dibujado deliberadamente unos escenarios perturbadores, como el de la Loca Fiesta del Té, los Bosques Tugley y El Jardín de las Flores Vivientes, enfocando un punto de luz en los personajes y envolviendo el resto en sombras. Pensaba que el sueño de Alicia tenía un punto de pesadilla, de oscuridad psicológica, pero era consciente de que Disney “no la dejaría ir en esa dirección”. 


Por otra parte, los animadores dudaban del resultado de estos dibujos en la gran pantalla. “Si movías las cosas de Mary Blair, la cuestión era si quedarían tan maravillosas como lo eran en un dibujo estático”, dijo el director artístico Ken Anderson. Un animador, Ollie Johnston, declaró a su vez: “Walt nos dijo que pusiéramos lo de Mary Blair en la pantalla, pero fue imposible. ¡Lo suyo es muy plano!”.



Directos y estilizados, de indudable magnetismo y belleza pero demasiado diferentes a que ya constituía una marca de los estudios, los dibujos de Mary Blair pasaron por el filtro del “estilo Disney” y se trasladaron casi en su totalidad a la película de 1951. El diseño de personajes es suyo; los escenarios, los colores y los momentos de mayor impacto visual son suyos. La textura de plantas y objetos se respetó al detalle. Básicamente, la película de Alicia consiste en los dibujos de Blair copiados por otros artistas para que pudieran ser animados.


Mary Blair dejó los estudios Disney en 1953, tras completar su trabajo en Peter Pan, y se dedicó a ilustración de libros infantiles, carteles y anuncios publicitarios. En los años 60, Disney volvió a contactar con ella para encargarle diseños de personajes y murales para sus parques y hoteles de California y Florida. La atracción "Es un pequeño mundo" se convirtió muy pronto en un éxito, y ha sido replicada en todos los parques nacionales y los de Tokio, Hong Kong y París.

Los diseños de Mary Blair, tanto los de Alicia como los de sus otras películas, se han recogido en muchos libros, y es indispensable conocerlos si nos gusta la versión final. Son indudablemente diferentes a lo que consideramos Disney, pero la Alicia que conocemos nunca habría existido sin ellos. Pero, además, tienen una magia propia. Un carácter único. Vemos estas ilustraciones y deseamos que también se hubiera hecho una película con ellas, porque habría tenido otro tono y otra trascendencia. Puede que, con las tecnologías modernas, los animadores ya no encuentren los dibujos de Mary Blair tan "inanimables", y algún día los estudios Disney lleguen a un acuerdo con los herederos de la artista para crear aunque sea un corto de Alicia con todos sus trabajos. Mientras tanto, hay muchos libros, exposiciones y páginas de Internet que recogen sus fantásticas ilustraciones y nos dan una idea de lo que podría haber sido una Alicia pequeña y cabezona en un País de las Maravillas todavía más loco y con un punto inquietante.



Fuentes:

BRIA, Maggie. "The unsung concept artist behind Disney's mid-century blockbusters", en Bria Historica, 8 de mayo de 2017.

CARROLL, Lewis; PEARLMAN, Robb (adapt.); BLAIR, Mary (ilust.). Alice in Wonderland, Universe Publishing, Nueva York, 2011.
                               - SCIESZKA, Jon (adapt.); BLAIR, Mary (ilust.). Alice in Wonderland, Egmont UK Limited, Londres, 2017.




SALISBURY, Mark. Alice in Wonderland: an illustrated journey through time, Disney Editions, Nueva York, 2016.

12 de junio de 2019

Alice de Dennis Potter (1965)




Al igual que la versión de Jonathan Miller, Alice es una película filmada directamente para televisión que formó parte del programa La obra del miércoles de la BBC. Fue escrita por el guionista y dramaturgo Dennis Potter, dirigida por Gareth Davies, y estrenada en octubre de 1965, precediendo en algo más de un año a la película mencionada. Pero no se trata de una adaptación de los libros de Alicia, sino de una reconstrucción pseudobiográfica que muestra la relación de Charles Dodgson con Alice Liddell, la Alicia real inspiradora de sus historias.

La película comienza con un breve prólogo en el que vemos al reverendo Dodgson (George Baker), un hombre anciano, viajando solo en el departamento de un tren. A los pocos segundos entra una pareja joven que se sienta frente a él y lo saluda. La mujer, muy emocionada, se presenta a Dodgson y le dice que, siendo ella una niña, se conocieron un día en la playa, y que estuvieron jugando a cavar agujeros en la arena mientras él le contaba historias. Dodgson, claramente incómodo ante la situación, intenta manifestar su desinterés dando respuestas evasivas y bajando la vista a su periódico, pero la joven continúa contándole que no había vuelto a verlo tras aquel día pero que no lo había olvidado, y que desearía recordar también alguno de los cuentos que improvisó en aquella ocasión. Cuando la mujer menciona que va a casarse pronto y su prometido comienza a hablar de lo afortunado que es, Dodgson pierde la paciencia y les dice en tono seco y cortante que no entiende por qué creen que puedan interesarle sus asuntos personales. La pareja enmudece y el reverendo vuelve a su periódico.

El tren atraviesa entonces un túnel, y durante su paso por él se nos muestra una fotografía de Alice Liddell adolescente, el título y el guionista de la obra, y el tiempo vuelve atrás. Nos encontramos en Christ Church, donde vemos a un Charles Dodgson mucho más joven que se dirige apresuradamente (sacando un reloj del bolsillo del chaleco y murmurando para sí: Llego tarde, llego tarde) a la residencia del decano. Se para a atarse un zapato, olvida sus libros, vuelve a recogerlos, se va en dirección contraria.  A pesar de sus prisas, se para a oler unas rosas y charlar con el jardinero, quien lamenta que algo tan adorable se marchite tan pronto. Ocurre con todas las cosas adorables, responde Dodgson, con su característico tartamudeo. La niña que tienes en las rodillas, de repente... se convierte en mujer. Añade que prefiere las rosas rojas antes que las blancas, y el chico que ayuda al jardinero, bromeando, dice que podrían pintarlas. Dodgson sigue su camino, vuelve a olvidar los libros, el niño sale tras él a llevárselos. Dodgson le dice que lo de pintar de rojo las rosas blancas es una idea bastante buena y, cuando el niño se marcha, mira desde una ventana al anciano jardinero... y se lo imagina como una carta de la baraja, que pinta las rosas de rojo por miedo a que la Reina lo castigue. Dodgson sale de su ensoñación cuando el chiquillo se reúne con el jardinero y los dos vuelven a su trabajo.

A partir de ese momento, se nos narra la relación del reverendo Dodgson con la familia Liddell en escenas que implican a todo su entorno. Hay escenas de Dodgson con su amigo el reverendo Duckworth (Malcolm Webster), con alguno de sus estudiantes de matemáticas, a solas con Alice Liddell (Deborah Watling), o con un vendedor de artesanía; escenas de Alice con sus hermanas Lorina y Edith (Tessa Wyatt y Maria Coyne); escenas de los esposos Liddell (David Langton y Rosalie Crutchley)... No es un mundo exclusivo de Alicia, ni el de Lewis Carroll: hay muchas otras personas que forman parte de él.


La narración evita, tal vez deliberadamente, mostrarnos la tarde dorada en que Dodgson improvisó el cuento; por el contrario, nos va proporcionando pinceladas sueltas del País de las Maravillas que, inspirado por acontecimientos cotidianos como la compra de un regalo, o por frases afortunadas, como la del muchacho que ayuda al jardinero, va tomando forma en la mente del profesor de matemáticas. Hay, ciertamente, una excursión en barca con Duckworth y las hermanas Liddell, en la que Alice le sugiere que debería poner por escrito todas esas historias que inventa para mí, pero no se corresponde con la descripción que se nos ha transmitido del origen de la novela: la madre de las niñas también está presente, y lo que a Dodgson se le ocurre en esa ocasión es la escena de la Loca Merienda del té, que no estaba en el cuento original sino que fue inventada después. Así pues, la concepción y la escritura del libro es algo que va sucediendo a lo largo de varios años, pero queda supeditada a la relación de Dodgson con los Liddell, y al conflicto que se va acercando conforme éstos comienzan a observar un trato demasiado íntimo entre su espontánea y bromista hija de diez años y el escrupuloso y estirado reverendo.


Ajeno a las sospechas de la sra. Liddell, que ya le ha insinuado a su marido que cree que Dodgson pretende casarse con Alice, el autor termina su libro. A los Liddell les preocupa que otros miembros de la familia aparezcan en la novela, y se niegan a que un ilustrador vaya a su casa a conocer a su hija para tomarla como modelo. Dodgson se entrevista con su editor, Alexander McMillan (Maurice Hedley), quien le sugiere que John Tenniel realice las ilustraciones. Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas se publica por fin, y un nervioso Dodgson va a entregarle una copia a Alice, que tiene ya trece años, para encontrarse con que apenas le presta atención. Aunque su afecto por su amigo no ha disminuido, ya comienza a interesarse por asuntos de muchachas, como la visita de un posible pretendiente para su hermana Lorina. Como en ocasiones anteriores, Henry Liddell intenta llegar a un acuerdo con Dodgson sobre algunas reformas que el edificio de Christ Church necesita cada vez con más urgencia, pero Dodgson sigue negándose rotundamente a que se toque una sola piedra. Usted da por hecho que los cambios son, por fuerza, para mejor, le dice a Liddell, exasperado, cuando es justo lo contrario.

Con el paso del tiempo, el distanciamiento de Alice Liddell se hace insoportable para Dodgson, quien se siente aún más amargado con el triunfo del decano respecto a las obras de Christ Church. Liddell y Ducksworth lo ven tan nervioso y angustiado que el primero decide invitarlo a una merienda campestre como las de antaño, con su esposa y sus hijas... y otras personas, refiriéndose a Reginald Hargreaves (Tony Anholt), el pretendiente y futuro marido de Alice. Aunque acepta la invitación, Dodgson es muy consciente de que esa merienda junto al río es la confirmación de la ruptura con su niña de ensueño. Intenta recitar un poema pero, por primera vez, su tartamudeo se lo impide. Intentando darle ánimos, Lorina lee el final de Alicia en el País de las Maravillas.

Como epílogo, la narración nos devuelve al tren donde el ya anciano Dodgson ha rememorado su afecto por Alice Liddell, perdida la vista en el periódico, mientras la joven pareja sigue intimidada ante su silencio.

La película es interesante en varios aspectos, en especial porque 1965 parece aún una fecha un poco temprana para insinuar que un reverendo y profesor de matemáticas, muy respetado en su época, y escritor mundialmente reconocido en la posteridad, pudiera haberse enamorado de una niña y pretender casarse con ella en cuanto alcanzara la edad adecuada (sobre todo, porque no se proporciona el contexto necesario para que el espectador actual sepa que era una práctica aceptada en la Inglaterra victoriana). También muestra los aspectos menos agradables de la personalidad de Dodgson: era maniático, impaciente, irritable, intransigente ante los argumentos más razonables, y puritano hasta para sus contemporáneos. En algunas escenas de la película se lo ve responder con aspereza  y cierta arrogancia a personas que se han dirigido a él con la mayor educación, solamente porque no está de acuerdo con lo que dicen. 

El ambiente oprimido de la sociedad victoriana, incluso dentro de la intimidad de una familia o de un matrimonio, se muestra magníficamente en una escena en que se encuentran a solas los padres de Alice. La sra. Liddell quiere decirle a su marido que comienza a sospechar algo extraño en el trato especial que da Charles Dodgson a su hija, pero lo delicado del asunto, la conducta intachable del reverendo y sus propias reservas ante lo que solo pueden ser imaginaciones suyas hacen que, tras varios intentos frustrados, abandone su propósito. La recreación de la escena es impecable: la mujer está bordando mientras su marido trabaja en la mesa del despacho, y comienza a preguntarle vagamente si está muy ocupado, pero, cada vez que el decano le pregunta si desea hablar de algo o si tiene alguna preocupación, ella responde rápidamente que no. Se levanta, mira por la ventana, hace comentarios sobre el tiempo... El marido nota su inquietud e insiste en saber lo que le pasa, pero ella niega de nuevo que le esté pasando nada. No encontrando la manera de abordar el asunto, acaba y rompiendo y quemando unas cartas que Dodgson le había enviado a Alice.

La escena de la última merienda junto al río, en fin, es desgarradora. Hay una incomodidad palpable entre la sra. Liddell, que ni siquiera permite que la joven Edith toque el agua con las puntas de los dedos, controla qué y cuánto come cada uno, y procura evitar que sus hijas estén charlando porque hablar mucho no es bueno para las jovencitas; las tres hijas, que ya comienzan a aburrirse de esa clase de entretenimientos y de tener siempre a su madre de carabina; y Charles Dodgson, con el corazón destrozado ante el hecho inevitable de que esa niña en sus rodillas se ha hecho mujer; mientras que el joven Hargreaves, ajeno a todo, simplemente disfruta de una excursión con tres encantadoras muchachas y el famoso autor de Alicia. Todos piden al reverendo que recite uno de sus divertidísimos poemas absurdos, y, tras hacerse un poco de rogar, Dodgson se levanta y comienza a cantar la Cuadrilla de Langostas, e intenta hacer un conato de baile con Alicia, pero su tartamudeo, que nunca le afectaba al recitar sus poesías, lo bloquea de tal modo que ha de terminar callándose. El silencio que se produce a continuación duele en lo más profundo del alma. Tras intentar unas palabras de consuelo, Lorina coge la copia de Alicia en el País de las Maravillas que llevan consigo y lee las últimas líneas: Por último, se imaginó cómo esa hermanita suya se convertiría, en el futuro, en una mujer adulta, y cómo conservaría, a lo largo de los años, el corazón sencillo y cariñoso de su infancia. Y cómo reuniría a su alrededor a otros niños, y haría que los ojos de esos niños brillaran con anhelo con algún cuento extraño, tal vez con el sueño del País de las Maravillas de tanto tiempo atrás. Y cómo ella se apenaría con sus pequeñas tristezas, y se regocijaría con sus pequeñas alegrías, recordando su propia infancia, y los felices días de verano. Alice se levanta y le da un beso a Dodgson, el último sin duda alguna.

El guionista Dennis Potter volvió a explorar, veinte años más tarde, la relación entre Alice Liddell y el hombre que la hizo inmortal. En Dreamchild (1985), esta vez es Alice la anciana que rememora sus días de infancia y la presencia que el reverendo Dodgson tuvo en ellos. Que estas producciones sean películas y no documentales nos obliga a recordar que no todos los hechos que se muestran son históricos y contrastados; hay ficción, imaginación, y la propias interpretaciones del guionista y el director en el tratamiento de los personajes y la historia. Con todo, esta Alice nos ofrece una perspectiva bastante verosímil, ya que no exacta, de la parte más creativa - y, por sus diarios, feliz - de la vida de Lewis Carroll.

Fuentes:

Dennis Potter's Two Dark Visions of Wonderland







2 de junio de 2019

Alice in Wonderland: a curious collection of puzzles





Se trata de la versión, en juego de mesa, del libro de rompecabezas reseñado aquí. Aunque no aparece ningún autor como tal, es el mismo editor del libro original, Carlton Books, y son las mismas ilustraciones y enigmas, por lo que parece evidente que el autor de los textos es también el mismo, R.W. Galland. No me consta que exista versión en castellano.

El juego incluye 120 cartas con los puzles, cuatro divisores para las diferentes categorías de preguntas, veintidós cartas de “cómeme” y “bébeme”, un librito con las reglas y las soluciones, una libretita para llevar las puntuaciones, y pequeño reloj de arena. No se requiere un número determinado de jugadores. El libro de instrucciones sugiere que el grupo ideal es de dos a seis, pero también da propuestas para jugar tanto en solitario como por equipos.


Las 120 cartas de preguntas están divididas en cuatro categorías según su dificultad: “fáciles” (proporcionan 1 punto), “curiosas” (dos puntos), “difíciles” (tres) y “ópticas” (cuatro). Las adivinanzas “ópticas”, que consisten en juegos visuales como encontrar las diferencias o la sombra correcta de una figura, no son de hecho más difíciles que los que dan tres puntos, pero se supone que necesitan más tiempo para resolverse.

El procedimiento es muy sencillo. Antes de empezar, se baraja cada grupo de cartas de preguntas (sin mezclar los diferentes tipos), se reparte a cada jugador una carta de “cómeme” y otra de “bébeme”, se escriben los nombres de los jugadores en las tarjetas de las puntuaciones, y se decide el orden de juego. También se debe llegar a un acuerdo sobre el número de puntos necesarios para ganar (el juego sugiere 20), o decidir que la partida termine cuando se acaben las cartas. En su turno, cada jugador escoge una carta de la categoría que prefiera, la lee en voz alta, y le da la vuelta al reloj. Cuando da su respuesta, el jugador siguiente coge el libro de soluciones y la comprueba. 

Solamente hay una oportunidad para responder. Si se acierta la pregunta, se suma la cantidad de puntos correspondiente; si se falla, no hay penalización. En cualquier caso, la carta se coloca en la caja, y el turno pasa al siguiente jugador.

Las cartas de “cómeme” y “bébeme” se juegan de la siguiente manera. La carta “cómeme” se utiliza cuando un jugador ha sacado y leído su adivinanza. En ese momento, otro jugador puede jugar la carta poniéndola sobre la mesa. Si el jugador falla la adivinanza, los puntos que podría haber ganado se los lleva el que ha usado la carta “cómeme”. Si la acierta, se queda él mismo los puntos, y el jugador que ha usado la carta “cómeme” no obtiene nada. En ambos casos, la carta vuelve a la caja. La carta “bébeme” se usa en el propio turno, antes de coger la carta con la adivinanza. Si se acierta, el jugador recibe el doble de puntos; si se falla, no sucede nada. La carta se retira en ambos casos.

La partida termina cuando un jugador llega al número de puntos preestablecido para ganar, o, alternativamente, cuando se acaban todas las cartas, en cuyo caso gana el jugador con mayor número de puntos.


Debido a su sencillez, es fácil adaptarlo al número o la capacidad de los jugadores, y al tiempo de que se dispone. Por ejemplo, si los jugadores se ponen de acuerdo, se puede retirar toda una categoría de preguntas, o se pueden inventar nuevos usos para las cartas “cómeme” y “bébeme” (por ejemplo, que después de leer una pregunta, otro jugador pueda robarla sin darle al jugador que la ha sacado la oportunidad de responder). También se puede aumentar el tiempo de respuesta para jugar sin nervios. Asimismo, se puede establecer que uno de los jugadores sea al mismo tiempo un árbitro para llevar las puntuaciones y leer las respuestas, o dar a cada jugador su propia hoja de puntuaciones para evitar ir pasándolas de uno a otro (ya que cada tarjeta de puntuación sirve para tres jugadores).


Aunque no he tenido oportunidad de jugar más que en solitario (si se puede llamar “jugar” a leer las adivinanzas y pensar para mí misma si las puedo resolver o no), se trata de un juego estéticamente agradable, con las ilustraciones de Tenniel a todo color, y una anécdota que sitúa cada adivinanza. En estas pequeñas historias vemos lo que bien podría ser la vida diaria del País de las Maravillas, y cómo sus habitantes resuelven sus quebraderos de cabeza cotidianos, habitualmente creando otros mayores. “El tesorero estaba en pie ante la Reina de Corazones, acusado de deshonra, incompetencia, y de llevar los zapatos inadecuados”. Va a ser un largo día en la Corte.


Alice in Wonderland: a curious collection of puzzles. Carlton Books, London, 2016.

No me consta que exista versión en castellano ni se pueda adquirir en tiendas físicas de España. Es relativamente fácil de encontrar online. Yo lo compré aquí.

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