24 de febrero de 2019

Harry Furniss (1854 – 1925)


Harry Furniss en 1880.

Henry Furniss, más conocido como Harry Furniss, fue un artista, dibujante de viñetas y actor cómico irlandés. De padre inglés y madre escocesa, Furniss se educó en el Wesley College de Dublín, pero desarrolló la mayor parte de su carrera profesional en Inglaterra y él mismo se consideró británico. 

Furniss comenzó trabajando para la revista cómica irlandesa Zozimus en 1873, a los diecinueve años. Más tarde se mudó a Londres, donde fue empleado por los periódicos The Illustrated Sport and Dramatic News y The Illustrated London News, y contribuyó con viñetas y artículos ilustrados en muchos otros (The Graphic, Black and White, Good Words, Pall Mall, Pearson's, The Strand o The Magazine of Art). Fue cronista gráfico de eventos sociales como carreras de botes, bailes de disfraces y escándalos de la vida amorosa de personalidades públicas. Se unió a la famosa revista satírica Punch en octubre de 1880, y durante catorce años produjo más de dos mil seiscientos dibujos, hasta que un conflicto de intereses respecto a una ilustración para una campaña publicitaria del jabón Pear's” hizo que Furniss abandonara la publicación. El mismo año de 1894 fundó su propia revista humorística, Lika Joko, que no tuvo mucho éxito, como tampoco lo tuvieron New Budget en 1895, Fair Game en 1899 y The Cartoon en 1915. 


El anuncio de jabón "Pear's" cuyos derechos causaron 
la desavenencia y la ruptura de Furniss con la revista Punch.

Su colaboración con Lewis Carroll comenzó en marzo de 1885, cuando el propio Carroll, que admiraba su trabajo en Punch, le escribió preguntándole si estaría dispuesto a ilustrar los dos volúmenes de su libro Silvia y Bruno. Furniss contestó favorablemente; acordaron que realizaría cuarenta y seis dibujos para cada parte, y su relación empezó de manera cordial. Pero la fama de exigente y meticuloso hasta lo insufrible precedía a Carroll, y Furniss recordaría más tarde que John Tenniel le advirtió de que no podría trabajar para él más de siete semanas. Fueron más de siete años, y no fueron fáciles.

Al principio, Furniss se acomodaba a todas las peticiones de Carroll, quien pretendía que sus dibujos se correspondieran exactamente con su propia visión de los personajes. En algunos puntos estuvieron de acuerdo sin la menor discusión (por ejemplo, Carroll se mostró muy complacido con la idea de Furniss de vestir de blanco al hada Silvia), pero pronto la obsesión del reverendo Dodgson por el control de los dibujos se hizo asfixiante. A lo largo de cuatro años, Carroll bombardeó al ilustrador con largas y minuciosas descripciones, sus propios bocetos para que los usara de referencia, y estrambóticas quejas sobre las proporciones y los detalles. Furniss afirma en sus memorias que llegó a fingir no estar en casa cuando Carroll se personaba para discutir el menor trazo de la última ilustración que le había remitido. 


El hada Silvia.

En 1889, agotado y enojado por la presión a la que Carroll lo sometía, Furniss lo amenazó con hacer públicas sus disparatadas exigencias; Carroll recogió el guante y desafió a Furniss “a ver quién ganaba la simpatía de los demás artistas”. La sangre no llegó al río; autor e ilustrador se reconciliaron, y Furniss se ofreció a rehacer los dibujos que habían desagradado a Carroll. Esto no impidió que, hasta 1893, Carroll continuara buscando la perfección en cada una de las imágenes, reprochándole a Furniss que no se fijara en los textos, y alternando acerbas críticas con calurosas felicitaciones. Cuando se publicó Silvia y Bruno concluida, Harry Furniss declaró, como John Tenniel varios años antes, que nunca volvería a dibujar para Carroll.


El travieso Bruno.

Desafortunadamente para la historia de la era victoriana, autor e ilustrador sufrieron un nuevo encontronazo después de terminada su tormentosa colaboración. En la primavera de 1896, Harry Furniss presentó en Oxford un espectáculo cómico escrito e interpretado por él, America in a Hurry. Carroll compró cuatro entradas, pero, cuando supo que la obra incluía una pantomima en que Furniss imitaba a un predicador, no solo las devolvió de inmediato, sino que escribió a Furniss una carta furiosa en que condenaba “el insulto a la cristiandad y la profanación de las cosas sagradas” que suponía el burlarse de un representante de la Iglesia. Para Furniss, fue la gota que colmó el vaso de las ofensas, y en sus memorias, Las confesiones de un caricaturista, recordaría amargamente todos los sinsabores de su relación con el reverendo Dodgson.


Arthur y Muriel.

En la actualidad, los estudiosos suelen estar de acuerdo en que Furniss exageró bastante en sus autobiografías, y magnificó o incluso inventó muchos de los incidentes con Carroll, aunque tampoco cabe duda, por la correspondencia entre ambos que se conserva, de que el puntilloso autor le hizo la vida imposible en lo tocante a sus ilustraciones. Cuesta un poco de entender, porque los dibujos de Furniss son irreprochables tanto en concepto como en técnica. Muestran un trazo claro, un hábil manejo de los sombreados y una correcta percepción del espacio, el fondo y la imagen como conjunto. Furniss demostró un gran talento para dibujar animales, tanto las criaturas antropomorfas que eran tan del gusto de Carroll, como perros y ratones “normales”, así como para distinguir los personajes más serios y los humorísticos, que representaba respectivamente con rasgos realistas o caricaturizados. 


Personajes de un cuento inventado por Bruno.


Las ilustraciones de Furniss no son tan icónicas y recordadas como las de John Tenniel, pero ello es debido a que se encuentran en una obra mucho menos popular que los libros de Alicia, no a defectos achacables a los propios dibujos. Silvia y Bruno es una novela compleja con una imaginería muy particular que supuso un gran desafío, aderezado por las constantes quejas del autor, y Harry Furniss llevó a cabo con éxito una empresa que habría derrotado a muchos otros. Independientemente de la valoración que en la actualidad merezca el texto, las más de noventa ilustraciones de Furniss le dan vida y sentido, y merecen ser recordadas por sus propios méritos. 


Ilustración final de Silvia y Bruno.

¡Que desaparezcan, con la noche, los nubarrones de la ignorancia, la plaga mortal del pecado y las mudas lágrimas del pesar, y que surjan, elevándose más y más alto con el día, la radiante aurora del conocimiento, el dulce aliento de la pureza y el latido extático del mundo! ¡Mira al este!

Fuentes:

Harry & Harold Furniss, por John Adcock.

Lewis Carroll: A Biography, de Morton N. Cohen. Random House, Nueva York, 1995.

Silvia y Bruno, de Lewis Carroll. Akal, Madrid, 2013.

The Confessions of a Caricaturist, vol. 1, de Harry Furniss. Proyecto Gutenberg.

The Confessions of a Caricaturist, vol. 2, de Harry Furniss. Proyecto Gutenberg.

Wikimedia Commons.



17 de febrero de 2019

Alice's Adventures Underground de Les Enfants Terribles



Les Enfants Terribles es una compañía teatral británica fundada en 2001 por el guionista, productor, director y actor Oliver Lansley. Se caracteriza por una estética que combina el estilo gótico y steampunk y por la variedad de recursos que emplea en el escenario, como música en vivo, acrobacias circenses, marionetas y efectos visuales de gran complejidad.

En 2015 estrenó en Londres dos obras de teatro interactivo y de inmersión basadas en Alicia en el País de las Maravillas: Alice’s Adventures Underground, para adultos, y Adventures in Wonderland, la versión infantil. Se trataba de un original proyecto que no se desarrollaba en un escenario sino en un entramado de catacumbas, que el público recorría pasando de una habitación a otra. Según sus elecciones en puntos clave, cada asistente vivía una serie de escenas entre cuatro rutas posibles, de modo que se podía asistir a la obra hasta cuatro veces y ver una representación completamente diferente en cada ocasión. 

Alice’s Adventures Underground se representó en Londres en 2015 y 2017, y se llevó a Shangai en 2018. Fui a verla a Londres poco después de su estreno, el 25 de agosto de 2015.

Al comienzo de cada pase, el público, en grupos de cuarenta personas, va entrando lentamente en una sala de espera ambientada como un despacho o biblioteca de la era victoriana. En la penumbra se distinguen libros antiguos, mapas, cofres y cuadros, y espejos que a veces reflejan objetos que no están en la habitación. Se oye de fondo el tictac de un reloj que tampoco parece estar por allí, y una música que en un momento dado (cuando ya todo el público está lo suficientemente nervioso y expectante) comienza a repetirse y a chirriar. Yo me he sentado en un baúl a ver qué pasa cuando una mujer que está de pie frente a mí abre mucho los ojos y señala a mi espalda. Me levanto de un salto, justo a tiempo de ver que Alicia desaparece corriendo por una madriguera que, podría haberlo jurado, no estaba allí antes.

La pared a mi espalda se abre entonces, y nos encaminamos a lo desconocido a través de un pasillo cuyas paredes y techo están completamente atiborrados de las cosas que Alicia contempla durante su caída por la madriguera: muchísimos libros y páginas sueltas, muebles en posiciones inverosímiles, tarros de mermelada que cuelgan como frutas de un árbol subterráneo. No hay que olvidar que estamos, literalmente, bajo tierra. Cada paso nos adentra más en este País de las Maravillas que parece haber crecido espontáneamente entre las vías abandonadas de la estación de Waterloo.

Llegamos a una sala que será lo más parecido a un teatro normal en esta representación: sobre un escenario, el Conejo Blanco nos da la bienvenida y nos invita a acercarnos y a ¿comer? o ¿beber? Uno por uno, los asistentes le decimos al Conejo “I will eat” o “I will drink” y elegimos tomar una gominola de fruta o un sorbito de zumo. Según nuestra elección, seremos dirigidos a la derecha o a la izquierda. Es la primera de las bifurcaciones del País de las Maravillas que convierte cada representación en una experiencia distinta.

No pudiendo saber si la gominola tiene o no gelatina, pero confiando en que Les Enfants Terribles no sean tan terribles como para envenenar a su público, elijo beber, y tras tomar un refrescante traguito de zumo de manzana me dirijo a la izquierda con otros visitantes. A partir de entonces, cada parte del público visitará salas con escenas y personajes diferentes, y más tarde se volverá a separar hasta quedar en cuatro grupos de diez personas.

No recuerdo exactamente el orden en que paso por las salas, pero en cada una de ellas, los actores (que muchas veces son marionetas) nos hablan del País de las Maravillas y nos advierten que llevemos cuidado con contrariar a la Reina de Corazones y nos mantengamos lejos de sus tartas. Conozco al Gato de Cheshire, que aparece y desaparece en una habitación llena de espejos y juegos de luces, hasta que solo queda su deslumbrante sonrisa. Me siento en un suelo cubierto de almohadones de brillante satén a cuestionar mi identidad con la Oruga, que, entre nubes de humo de colores, fuma su narguile, le pregunta su nombre a una mujer del público y le exige que la mire a los ojos (la mujer, un tanto intimidada, está mirando a los titiriteros que la manejan). Más tarde contemplo un desfile de Soldados-Carta, que van repartiendo salvoconductos para el País de las Maravillas y pidiéndonos que los sigamos según el palo de la baraja que nos ha correspondido en nuestro pase. 



Yo recibo un Trébol, de modo que sigo a la Sota de este palo, quien me recomienda que no me exponga demasiado a la luz (“You’ll be safer in the darkness, my friend”) y que coja bien fuerte la mano de la persona que tengo a mi lado para no perdernos ni caernos, porque vamos a correr.

Y vaya si corremos. A una velocidad de vértigo, por pasillos y galerías que indudablemente deben describir un círculo, porque de otro modo habríamos terminado en el centro de Londres. Pero acabamos en una sala enorme, con un techo tan alto que se pierde en la oscuridad, y una larguísima mesa con docenas de servicios de té desparejados y a veces rotos. La atmósfera es espectacular, la inmersión completa, y el Sombrerero, subido a la mesa y recorriéndola de un extremo a otro mientras nos relata sus desventuras con la Reina y con el Tiempo, domina la escena como un gigante. Ni siquiera recuerdo si la Liebre y el Lirón están presentes: el Sombrerero se ha ganado el derecho a todos los cubiertos limpios.

Hay una pequeña pausa tras esta escena, en que, en otra sala distinta, los visitantes que compraron una entrada “premium” reciben una bebida antes de continuar el camino (más tarde leeré en todas las reseñas del espectáculo, sin excepción, que las bebidas eran pésimas, amargas y aguadas, ¿quizá porque ahora estamos en el otro lado del espejo, donde pagar un extra te garantiza el peor servicio?). Un personaje a quien no logro identificar me regala una chapa con un cuervo; habla muy deprisa y no entiendo cuál es el propósito de la chapa, pero me la prendo diligentemente en mi ropa, por si acaso sirve para protegerme del Cuervo. Y si era ésa su función, puedo garantizar que fue efectiva, ya que desde ese momento hasta ahora mismo no he sido nunca atacada por ningún cuervo.



A continuación, contemplamos la épica pelea entre Tweedledee y Tweedledum, que luchan por su carraca rota… en el aire: están en otra habitación con un techo muy alto, dando saltos de varios metros de altura sobre una cama elástica. El espectáculo es fenomenal, pero su diálogo ininteligible. Los dejamos discutiendo y acusándose para pasar a la cocina, pero no a la cocina de la Duquesa, saturada de pimienta, sino a la mismísima cocina real, donde una nerviosa Sota de Corazones nos enseña a todos una tartaleta, nos recuerda lo puntillosa que es la Reina en lo tocante a su postre, y nos subraya que, si queremos que nuestras cabezas sigan unidas a nuestros cuellos, debemos evitar la tentación de coger uno solo de los dulces. Tras esta advertencia, la Sota me mira, me pregunta “Any questions?” y le da un mordisco a la tartaleta que nos estaba mostrando. Se hace un silencio de muerte mientras mastica, así que opto por señalarle la tartaleta mordida que tiene en la mano. La Sota casi toca el techo del respingo; grita horrorizada y da vueltas por toda la cocina preguntándose qué va a hacer. Su solución: implicarnos a todos para repartir la autoría del crimen. Nos pasa la bandeja de tartaletas, animándonos a comerlas, con la esperanza de que la Reina no nos condene a todos. 

Pero inmediatamente pasamos a la Corte, donde nos reunimos con los Diamantes, los Corazones y las Picas, y una malhumorada Reina exige saber qué ha pasado con sus pasteles. Es otra sala de techo muy alto en que las voces retumban, y es difícil seguir los diálogos, pero aparentemente los Diamantes nos han visto comer las tartaletas y no tienen reparos en chivarse; los Corazones animan a la Reina a decapitarnos; y las Picas permanecen muy calladas hasta que se descubre que han estado pintando las rosas de rojo. La confusión y el vocerío crecen, pero de pronto Alicia, a la que no habíamos visto desde la madriguera del Conejo, entra en la Corte y da la cara por todos nosotros. No me queda muy claro cómo o por qué nos libramos del verdugo, pero la representación termina y todos pasamos al jardín de la Reina, donde la gente puede tomar cócteles y hamburguesas y comentar con sus compañeros sus respectivas rutas, si se han visto separados en alguna de las bifurcaciones.

Yo no tengo interés en tomar nada (posteriormente, viendo que todas las reseñas del espectáculo critican sin piedad la comida y los cócteles del bar, no me arrepentiré de ello), así que paso unos minutos descansando de la aventura y escuchando los comentarios de la gente que ha recorrido otros caminos. Como ya he oído en el juicio, aparentemente los Corazones han tenido una audiencia con la Reina, los Diamantes han espiado a los Tréboles, y las Picas han estado haciendo trampas con el color de las rosas. Ha habido una escena con Humpty Dumpty, otra con la Duquesa, la Cocinera y el bebé-cerdito, y una con la Tortuga Falsa, que ha cantado en directo una canción especialmente hermosa.

La experiencia es inolvidable, y está claro que las cuatro rutas diferentes pretenden animar al público a repetirla para experimentar todas las escenas. Otros asistentes han criticado la humedad y el calor (estamos a varios metros bajo tierra en pleno agosto, así que es de esperar) y la incomodidad de estar de pie mucho tiempo, más la precipitación con la que se pasa de una escena a otra. Sobre ese punto, creo que debía de influir el recorrido que se estuviera siguiendo, porque yo pasé por escenas en las que podíamos sentarnos un buen rato (la Oruga y la Loca Fiesta del Té), y me imagino que el público de la Tortuga Falsa también podría sentarse mientras escuchaba su canción. Como ya he comentado, todas las reseñas de aquellos que pagaron una entrada “premium” que incluía una bebida, y/o compraron algo en el bar al final del espectáculo, se quejan indefectiblemente de la mala calidad de la cocina real. 

Personalmente, a mí me encantó el concepto, la ambientación y el desarrollo de la obra, y solo puedo lamentar no haber visto todas las escenas (para lo que habría tenido que ir cuatro veces) y no haber entendido todos los diálogos, en parte por la acústica del espacio subterráneo, en parte porque los actores repiten lo mismo cada quince o veinte minutos y no siempre vocalizan igual de bien, y en parte por mi propia dificultad para captar conversaciones que, como éstas, se alejaban tanto del inglés estándar como de los textos de Carroll que ya me sé de memoria. Pero esto no me impidió disfrutar del espectáculo, y no dudaré en volverlo a ver y tomar un camino distinto si vuelven a representarlo en algún sitio que me pille más cerca que Shangai.

Fuentes:

Les EnfantsTerribles (página oficial de la compañía)
Alice’s Adventures Underground (página oficial del espectáculo, con magníficas fotos)
Alexander Wolfe –The mirror and the moon (vídeo oficial de la canción de la Tortuga Falsa)

10 de febrero de 2019

Alicia de Nick Willing (1999)




La versión de 1999 de Alicia en el País de las Maravillas es una película estadounidense, realizada directamente para televisión, del director Nick Willing. Fue la segunda adaptación que la compañía Hallmark hizo de los libros de Carroll, habiendo sido la primera la dirigida por George Schaffer en 1955. Se emitió por primera vez por la NBC y posteriormente por el canal británico Channel 4. Como es habitual, combina escenas y personajes de Alicia en el País de las Maravillas y A través del Espejo.

Se trata de una producción con un reparto estelar, en la que se repartieron los principales papeles entre actores y actrices famosos y respetados (salvo el de la propia Alicia, que recayó en Tina Majorino, la cual era simplemente conocida como “la niña de Waterworld”). Algunos personajes son interpretados mediante muñecos diseñados por el estudio de Jim Henson; actúan también animales reales como un perro y un caracol. En postproducción se añadieron más de ochocientos efectos visuales, como las caras de actores superpuestas sobre marionetas. Ganó cuatro premios Emmy, en las categorías de maquillaje, vestuario, banda sonora original y efectos especiales.



Tina Majorino como Alicia


La película comienza con Alicia en su habitación, sintiéndose angustiada porque sus padres celebran una fiesta y quieren que cante la cancioncilla “Cherry Ripe” delante de sus invitados. Le dice a su niñera y a su institutriz que no quiere cantar, y le ruega a su madre que no la obligue, pero las tres la presionan y le dicen que todos se sentirán muy decepcionados si no lo hace. No pudiendo superar el miedo escénico, Alicia sale de la casa, atraviesa el jardín donde se prepara la fiesta y se esconde bajo un árbol en el bosque cercano, decidida a no regresar hasta que se hayan marchado todos los visitantes. Sorprendentemente, del árbol se desprende una manzana que cae muy despacio y, en vez de ir a parar al suelo, se queda flotando ante sus ojos. De pronto, el Conejo Blanco pasa muy apresurado, mientras se lamenta en voz alta de que llega tarde, y Alicia lo sigue hasta su madriguera, con la curiosidad de saber adónde puede llegar tarde un conejo.



Ben Kingsley como el Mayor Oruga


A partir de ese momento, la historia sigue con bastante fidelidad la sucesión de episodios que ocurren en el País de las Maravillas. Alicia cae por la madriguera, crece y encoge al comer y beber lo que encuentra en el vestíbulo, nada en el mar de lágrimas, participa en la carrera loca, se queda atascada en la casa del Conejo Blanco… En los diálogos que mantiene con las fantásticas criaturas que encuentra, Alicia suele mencionar que ha llegado allí al huir de su casa, y que tiene miedo de cantar delante de todo el mundo. La mayoría de los personajes la aconsejan y ayudan, poniéndose a cantar o recitar y animándola a que los acompañe.



El Grifo, y Gene Wilder como la Tortuga Falsa


Después que el Grifo y la Tortuga Falsa le enseñen las canciones "Cuadrilla de Langostas" y "Bonita Sopa", Alicia se topa con un libro gigante abierto por una página que muestra la letra de "Cherry Ripe" y recuerda por qué está huyendo. Deseosa de olvidarlo, pasa la página y penetra en la ilustración que muestra página siguiente. Aunque sigue en el País de las Maravillas, los personajes que encuentra a continuación están tomados del País del Espejo: el Caballero Blanco, las Flores Parlantes y Tweedledee y Tweedledum. 


Christopher Lloyd como el Caballero Blanco

Tras huir del Cuervo, aparecen ante Alicia unos Soldados-Carta que la conducen a la corte real, donde se va a juzgar a la Sota de Corazones. Alicia acaba enfrentándose abiertamente a la Reina por sus injustos procedimientos, y criticándola ante toda la corte. El Conejo Blanco le pregunta a Alicia si acaso no le importa la opinión de los demás, a lo que Alicia contesta que no le importa cuando sabe que tiene razón. El Conejo responde que, si está segura de sí misma, ya no necesita más al País de las Maravillas, y la manzana flotante que cayó del árbol vuelve a aparecer ante sus ojos y la traslada de vuelta al mundo real.

Alicia se despierta bajo el árbol cuando la manzana cae al suelo. Oye que sus padres la llaman y corre hacia su casa, acompañada por el perrito con el que ya se había cruzado en el País de las Maravillas. Todos esperan a que cante “Cherry Ripe”, pero, tras una vacilación, Alicia declara que prefiere cantar una canción diferente. Sintiéndose mucho más segura, canta la “Cuadrilla de Langostas” que le habían enseñado el Grifo y la Tortuga Falsa, y a su público le encanta. Mientras todos los invitados la aplauden y felicitan, Alicia se da cuenta de que muchos de los asistentes se parecen a los personajes que encontró en su sueño (al estilo de El Mago de Oz), y que el mismo Gato de Cheshire observa la fiesta tranquilamente sentado en una silla.



Whoopi Goldberg como el Gato de Cheshire


La película llegó a España el mismo año de su estreno y contó con un doblaje a la altura del reparto original, con voces tan características como las de Ángel Egido (Abuelo Simpson, Waylon Smithers y Hombre Abejorro en Los Simpsons) como el Conejo Blanco; Pedro Sempson (Geoffrey en El Príncipe de Bel-Air, primer Señor Burns en Los Simpson) en un brevísimo papel como el Sr. Pato; Carlos Revilla (primer Homer en Los Simpsons, primer Calculón en Futurama) como el Mayor Oruga; Iván Muelas (Will en El Príncipe de Bel-Air, Fry en Futurama, Sherlock Holmes en la serie homónima, Smaug en La desolación de Smaug y La batalla de los Cinco Ejércitos) como el jardinero Pat, o Carlos Ysbert (actual Homer en Los Simpsons) como el Sombrerero. 


Martin Short como el Sombrerero


Aunque en aquella fecha ya existían más de treinta adaptaciones de Alicia en el País de las Maravillas, cuando la emitió Telecinco en 1999 era la tercera que yo veía, y mi comparación personal con la Alicias de Disney y de Nippon Animation fue tan inevitable como negativa. Desde entonces, y conforme fui teniendo la oportunidad de ver más interpretaciones, la consideré indiscutiblemente la peor de todas, hasta que en 2010 llegó la versión de Tim Burton 
y recibió con larga diferencia tan cuestionable honor.

He de reconocer, sin embargo, que mi valoración durante todo este tiempo ha sido muy injusta, condicionada en exceso por el traumático recuerdo de Whoopi Goldberg en el papel de Gato de Cheshire, y posiblemente por lo cursis que resultan las canciones. He tardado veinte años en encontrar la motivación para verla de nuevo, pero ahora reconozco que es una adaptación admirable, incluso brillante en algunos detalles. Los fondos y escenarios están cuidadosamente elaborados; muchos de ellos recrean directamente en su composición las ilustraciones originales de John Tenniel. Ya he mencionado que el estudio de Jim Henson diseñó los animatrónicos, las marionetas y los disfraces de animales: el personaje del Grifo fascina por su suave movimiento y la impresión de realidad con que se funde en la escena e interactúa con los actores, mientras que el jurado de cobayas en la corte real proporciona a la secuencia gran parte de su hilaridad. Ben Kingsley, Peter Ustinov y Christopher Lloyd están maravillosos en sus respectivos papeles de Mayor Oruga, Morsa y Caballero Blanco, y Peter Short y Miranda Richardson interpretan un Sombrerero y una Reina de Corazones consistentes y creíbles, tanto juntos como por separado: su interacción durante la escena del juicio es simplemente soberbia. La caracterización de los personajes en general (vestuario, peinado y maquillaje) es más que correcta: colorida, llamativa y extravagante sin caer en lo grotesco.


George Bendt y Robbie Coltrane como Tweedledee y Tweedledum


El principal defecto de esta producción televisiva es que, al estar pensada para encajar con los cortes publicitarios en una franja horaria determinada, algunas escenas se alargan demasiado y llegan a hacerse aburridas, mientras que otras quedan tan cortas que da la impresión de estar desperdiciando al actor que las protagoniza. Algunas transiciones resultan extrañas por la misma adaptación del texto: como en esta versión no se menciona a Dinah, la gatita de Alicia, el final de la escena de la carrera loca es que todos los personajes deciden de pronto irse a dormir y abandonan el lugar, dejando sola a Alicia (en el texto original se asustan porque Alicia cuenta inconscientemente que Dinah es muy hábil cazando ratones y pájaros). Las canciones, aunque tienden a respetar las letras de Carroll, son en general poco memorables, excepto una (“La pata de palo de mi tía”) cuya letra es original de la película. Por otra parte, siempre es una equivocación el añadir una premisa al viaje de Alicia por el País de las Maravillas; en este caso, superar su miedo a hablar en público y adquirir confianza en sí misma. No es un gran defecto, pero es totalmente innecesario, resta espontaneidad a los encuentros de la niña con los demás personajes, y mantiene un tono subyacente de angustia y deseo de esconderse (Alicia dice que quiere entrar al jardín no porque es bonito, sino porque parece “un lugar seguro”).

Y Whoopi Goldberg como el Gato de Cheshire. 


Sí. Whoopi Goldberg como el Gato de Cheshire


En la actualidad, la película es un clásico de la televisión en Estados Unidos y el Reino Unido, la típica cinta para poner en Navidades o, como he leído en algunas reseñas, “para ver cuando estás enfermo y no vas al colegio”. Es una versión digna y entretenida, apta para todos los públicos y por lo general respetuosa con el texto original y los diseños de Tenniel. No merecía para nada la pésima opinión que he tenido de ella durante años, y no me importará volverla a ver en más ocasiones.


De izquierda a derecha: Simon Russell como el Rey, 
Miranda Richardson como la Reina, y Jason Flamyng como la Sota.


Reina: ¿Sabes jugar al croquet?
Alicia: ¿Quién? ¿Yo?
Reina: ¡Sí, tú! ¡No tengo por costumbre hablar conmigo misma! (pausa) Aunque quizá sería la única manera de tener una conversación inteligente con alguien.

Fuentes:


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