Les Enfants
Terribles es una compañía teatral británica fundada en 2001 por el guionista, productor,
director y actor Oliver Lansley. Se caracteriza por una estética que combina el
estilo gótico y steampunk y por la variedad de recursos que emplea en el
escenario, como música en vivo, acrobacias circenses, marionetas y efectos
visuales de gran complejidad.
En 2015 estrenó en
Londres dos obras de teatro interactivo y de inmersión basadas en Alicia en el País de las
Maravillas: Alice’s Adventures Underground, para adultos, y Adventures in
Wonderland, la versión infantil. Se trataba de un original proyecto que no se
desarrollaba en un escenario sino en un entramado de catacumbas, que el público
recorría pasando de una habitación a otra. Según sus elecciones en puntos
clave, cada asistente vivía una serie de escenas entre cuatro rutas
posibles, de modo que se podía asistir a la obra hasta cuatro veces y ver una
representación completamente diferente en cada ocasión.
Alice’s Adventures
Underground se representó en Londres en 2015 y 2017, y se llevó a Shangai en
2018. Fui a verla a Londres poco después de su estreno, el 25 de agosto de 2015.
Al comienzo de cada
pase, el público, en grupos de cuarenta personas, va entrando lentamente en una
sala de espera ambientada como un despacho o biblioteca de la era victoriana. En
la penumbra se distinguen libros antiguos, mapas, cofres y cuadros, y espejos
que a veces reflejan objetos que no están en la habitación. Se oye de fondo el
tictac de un reloj que tampoco parece estar por allí, y una música que en un
momento dado (cuando ya todo el público está lo suficientemente nervioso y
expectante) comienza a repetirse y a chirriar. Yo me he sentado en un baúl a
ver qué pasa cuando una mujer que está de pie frente a mí abre mucho los ojos y señala a mi espalda.
Me levanto de un salto, justo a tiempo de ver que Alicia desaparece corriendo por
una madriguera que, podría haberlo jurado, no estaba allí antes.
La pared a mi
espalda se abre entonces, y nos encaminamos a lo desconocido a través de un
pasillo cuyas paredes y techo están completamente atiborrados de las cosas que
Alicia contempla durante su caída por la madriguera: muchísimos libros y
páginas sueltas, muebles en posiciones inverosímiles, tarros de mermelada que
cuelgan como frutas de un árbol subterráneo. No hay que olvidar que estamos,
literalmente, bajo tierra. Cada paso nos adentra más en este País de las
Maravillas que parece haber crecido espontáneamente entre las vías abandonadas
de la estación de Waterloo.
Llegamos a una sala
que será lo más parecido a un teatro normal en esta representación: sobre un
escenario, el Conejo Blanco nos da la bienvenida y nos invita
a acercarnos y a ¿comer? o ¿beber? Uno por uno, los asistentes le decimos al
Conejo “I will eat” o “I will drink” y elegimos tomar una gominola de fruta o
un sorbito de zumo. Según nuestra elección, seremos dirigidos a la derecha o a
la izquierda. Es la primera de las bifurcaciones del País de las Maravillas que
convierte cada representación en una experiencia distinta.
No pudiendo saber si
la gominola tiene o no gelatina, pero confiando en que Les Enfants Terribles no
sean tan terribles como para envenenar a su público, elijo beber, y tras tomar
un refrescante traguito de zumo de manzana me dirijo a la izquierda con otros
visitantes. A partir de entonces, cada parte del público visitará salas con
escenas y personajes diferentes, y más tarde se volverá a separar hasta quedar
en cuatro grupos de diez personas.
No recuerdo exactamente
el orden en que paso por las salas, pero en cada una de ellas, los actores (que
muchas veces son marionetas) nos hablan del País de las Maravillas y nos advierten
que llevemos cuidado con contrariar a la Reina de Corazones y nos mantengamos
lejos de sus tartas. Conozco al Gato de Cheshire, que aparece y desaparece en
una habitación llena de espejos y juegos de luces, hasta que solo queda su
deslumbrante sonrisa. Me siento en un suelo cubierto de almohadones de
brillante satén a cuestionar mi identidad con la Oruga, que, entre nubes de
humo de colores, fuma su narguile, le pregunta su nombre a una mujer del
público y le exige que la mire a los ojos (la mujer, un tanto intimidada, está
mirando a los titiriteros que la manejan). Más tarde contemplo un desfile de
Soldados-Carta, que van repartiendo salvoconductos para el País de las
Maravillas y pidiéndonos que los sigamos según el palo de la baraja que nos ha
correspondido en nuestro pase.
Yo recibo un Trébol, de modo que sigo a la Sota de este palo, quien me recomienda que no me exponga demasiado a la luz (“You’ll be safer in the darkness, my friend”) y que coja bien fuerte la mano de la persona que tengo a mi lado para no perdernos ni caernos, porque vamos a correr.
Yo recibo un Trébol, de modo que sigo a la Sota de este palo, quien me recomienda que no me exponga demasiado a la luz (“You’ll be safer in the darkness, my friend”) y que coja bien fuerte la mano de la persona que tengo a mi lado para no perdernos ni caernos, porque vamos a correr.
Y vaya si corremos.
A una velocidad de vértigo, por pasillos y galerías que indudablemente deben
describir un círculo, porque de otro modo habríamos terminado en el centro de
Londres. Pero acabamos en una sala enorme, con un techo tan alto que se pierde
en la oscuridad, y una larguísima mesa con docenas de servicios de té
desparejados y a veces rotos. La atmósfera es espectacular, la inmersión
completa, y el Sombrerero, subido a la mesa y recorriéndola de un extremo a
otro mientras nos relata sus desventuras con la Reina y con el Tiempo, domina la
escena como un gigante. Ni siquiera recuerdo si la Liebre y el Lirón están
presentes: el Sombrerero se ha ganado el derecho a todos los cubiertos limpios.
Hay una pequeña
pausa tras esta escena, en que, en otra sala distinta, los visitantes que
compraron una entrada “premium” reciben una bebida antes de continuar el camino
(más tarde leeré en todas las reseñas del espectáculo, sin excepción, que las
bebidas eran pésimas, amargas y aguadas, ¿quizá porque ahora estamos en el otro
lado del espejo, donde pagar un extra te garantiza el peor servicio?). Un
personaje a quien no logro identificar me regala una chapa con un cuervo; habla
muy deprisa y no entiendo cuál es el propósito de la chapa, pero me la prendo
diligentemente en mi ropa, por si acaso sirve para protegerme del Cuervo. Y si
era ésa su función, puedo garantizar que fue efectiva, ya que desde ese momento
hasta ahora mismo no he sido nunca atacada por ningún cuervo.
A continuación, contemplamos
la épica pelea entre Tweedledee y Tweedledum, que luchan por su carraca rota…
en el aire: están en otra habitación con un techo muy alto, dando saltos de
varios metros de altura sobre una cama elástica. El espectáculo es fenomenal, pero
su diálogo ininteligible. Los dejamos discutiendo y acusándose para pasar a la
cocina, pero no a la cocina de la Duquesa, saturada de pimienta, sino a la
mismísima cocina real, donde una nerviosa Sota de Corazones nos enseña a todos
una tartaleta, nos recuerda lo puntillosa que es la Reina en lo tocante a su postre,
y nos subraya que, si queremos que nuestras cabezas sigan unidas a nuestros
cuellos, debemos evitar la tentación de coger uno solo de los dulces. Tras esta
advertencia, la Sota me mira, me pregunta “Any questions?” y le da un mordisco
a la tartaleta que nos estaba mostrando. Se hace un silencio de muerte mientras
mastica, así que opto por señalarle la tartaleta mordida que tiene en la mano. La
Sota casi toca el techo del respingo; grita horrorizada y da vueltas por toda la
cocina preguntándose qué va a hacer. Su solución: implicarnos a todos para
repartir la autoría del crimen. Nos pasa la bandeja de tartaletas, animándonos
a comerlas, con la esperanza de que la Reina no nos condene a todos.
Pero
inmediatamente pasamos a la Corte, donde nos reunimos con los Diamantes, los
Corazones y las Picas, y una malhumorada Reina exige saber qué ha pasado con
sus pasteles. Es otra sala de techo muy alto en que las voces retumban, y es
difícil seguir los diálogos, pero aparentemente los Diamantes nos han visto
comer las tartaletas y no tienen reparos en chivarse; los Corazones animan a la
Reina a decapitarnos; y las Picas permanecen muy calladas hasta que se descubre que
han estado pintando las rosas de rojo. La confusión y el vocerío crecen, pero
de pronto Alicia, a la que no habíamos visto desde la madriguera del Conejo,
entra en la Corte y da la cara por todos nosotros. No me queda muy claro cómo o
por qué nos libramos del verdugo, pero la representación termina y todos
pasamos al jardín de la Reina, donde la gente puede tomar cócteles y
hamburguesas y comentar con sus compañeros sus respectivas rutas, si se han
visto separados en alguna de las bifurcaciones.
Yo no tengo interés
en tomar nada (posteriormente, viendo que todas las reseñas del espectáculo critican
sin piedad la comida y los cócteles del bar, no me arrepentiré de ello), así que
paso unos minutos descansando de la aventura y escuchando los comentarios de
la gente que ha recorrido otros caminos. Como ya he oído en el juicio, aparentemente
los Corazones han tenido una audiencia con la Reina, los Diamantes han espiado
a los Tréboles, y las Picas han estado haciendo trampas con el color de las
rosas. Ha habido una escena con Humpty Dumpty, otra con la Duquesa, la Cocinera
y el bebé-cerdito, y una con la Tortuga Falsa, que ha cantado en directo una
canción especialmente hermosa.
La experiencia es
inolvidable, y está claro que las cuatro rutas diferentes pretenden animar al
público a repetirla para experimentar todas las escenas. Otros asistentes han
criticado la humedad y el calor (estamos a varios metros bajo tierra en pleno
agosto, así que es de esperar) y la incomodidad de estar de pie mucho tiempo,
más la precipitación con la que se pasa de una escena a otra. Sobre ese punto,
creo que debía de influir el recorrido que se estuviera siguiendo, porque yo pasé
por escenas en las que podíamos sentarnos un buen rato (la Oruga y la Loca
Fiesta del Té), y me imagino que el público de la Tortuga Falsa también podría
sentarse mientras escuchaba su canción. Como ya he comentado, todas las reseñas
de aquellos que pagaron una entrada “premium” que incluía una bebida, y/o
compraron algo en el bar al final del espectáculo, se quejan indefectiblemente
de la mala calidad de la cocina real.
Personalmente, a mí
me encantó el concepto, la ambientación y el desarrollo de la obra, y solo
puedo lamentar no haber visto todas las escenas (para lo que habría tenido que
ir cuatro veces) y no haber entendido todos los diálogos, en parte por la
acústica del espacio subterráneo, en parte porque los actores repiten lo mismo
cada quince o veinte minutos y no siempre vocalizan igual de bien, y en parte
por mi propia dificultad para captar conversaciones que, como éstas, se
alejaban tanto del inglés estándar como de los textos de Carroll que ya me sé
de memoria. Pero esto no me impidió disfrutar del espectáculo, y no dudaré en
volverlo a ver y tomar un camino distinto si vuelven a representarlo en algún
sitio que me pille más cerca que Shangai.
Fuentes:
Les EnfantsTerribles (página oficial de la compañía)
Alexander Wolfe –The mirror and the moon (vídeo oficial de la canción de la Tortuga Falsa)
Me parece una idea super innovadora y super chula, nunca me había encontrado con un teatro interactivo (a excepción de La Cubana, aunque no llegan a ese nivel ni de lejos).
ResponderEliminarOjalá se hicieran más obras de este estilo, me encantaría participar en una y, leyendo la reseña, tengo que decir que me has dado mucha envidia. Me daría igual no enterarme demasiado de los diálogos, sólo el hecho de pasearse por unas "catacumbas" ambientadas como si fueran El País de las Maravillas ya sería suficiente para mí.
Yo nunca había estado en una obra de teatro interactivo, así que no sabía muy bien lo que iba a encontrarme, porque la página de la obra se cuidaba mucho de dar detalles (también evité deliberadamente leer reseñas antes). Fue una experiencia fantástica, y creo que no tanto por la interacción con los actores y los escenarios, sino por la diversidad de formas artísticas. Las marionetas del Gato de Cheshire y la Oruga eran fascinantes (el Gato aparecía y desaparecía con trucos de iluminación, y la Oruga obviamente fumaba su narguile), y hasta las actuaciones más tradicionales eran fabulosas. Me gustó mucho que no se limitaran a disfrazar a actores sin más, sino que exploraran todo el juego que da la historia. Y sí, la ambientación estaba muy pero que muy lograda. Era un País de las Maravillas mucho más creíble que el de... sí, que el de esa película.
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