Harry Furniss en 1880.
Henry Furniss, más conocido
como Harry Furniss, fue un artista, dibujante de viñetas y actor cómico
irlandés. De padre inglés y madre escocesa, Furniss se educó en el Wesley
College de Dublín, pero desarrolló la mayor parte de su carrera profesional en
Inglaterra y él mismo se consideró británico.
Furniss comenzó trabajando para
la revista cómica irlandesa Zozimus en 1873, a los diecinueve años. Más tarde se mudó a Londres, donde fue empleado por los periódicos The Illustrated Sport and Dramatic News y The Illustrated London News, y contribuyó con viñetas y artículos ilustrados en muchos otros (The Graphic, Black and White, Good Words, Pall Mall, Pearson's, The Strand o The Magazine of Art). Fue cronista gráfico de eventos sociales como carreras de botes, bailes de disfraces y escándalos de la vida amorosa de personalidades públicas. Se unió a la famosa revista satírica Punch en octubre de 1880, y durante catorce años produjo más de dos mil seiscientos dibujos, hasta que un conflicto de intereses respecto a una ilustración para una campaña publicitaria del jabón “Pear's” hizo que Furniss abandonara la publicación. El mismo año de 1894 fundó su propia revista humorística, Lika Joko, que no tuvo mucho éxito, como tampoco lo tuvieron New Budget en 1895, Fair Game en 1899 y The Cartoon en 1915.
El anuncio de jabón "Pear's" cuyos derechos causaron
la desavenencia y la ruptura de Furniss con la revista Punch.
Su colaboración con Lewis Carroll comenzó
en marzo de 1885, cuando el propio Carroll, que admiraba su trabajo en Punch, le escribió preguntándole si estaría
dispuesto a ilustrar los dos volúmenes de su libro Silvia y Bruno. Furniss
contestó favorablemente; acordaron que realizaría cuarenta y seis dibujos para
cada parte, y su relación empezó de manera cordial. Pero la fama de exigente y
meticuloso hasta lo insufrible precedía a Carroll, y Furniss recordaría más
tarde que John Tenniel le advirtió de que no podría trabajar para él más de
siete semanas. Fueron más de siete años, y no fueron fáciles.
Al principio, Furniss se acomodaba a todas
las peticiones de Carroll, quien pretendía que sus dibujos se correspondieran
exactamente con su propia visión de los personajes. En algunos puntos
estuvieron de acuerdo sin la menor discusión (por ejemplo, Carroll se mostró
muy complacido con la idea de Furniss de vestir de blanco al hada Silvia), pero
pronto la obsesión del reverendo Dodgson por el control de los dibujos se hizo
asfixiante. A lo largo de cuatro años, Carroll bombardeó al ilustrador con
largas y minuciosas descripciones, sus propios bocetos para que los usara de
referencia, y estrambóticas quejas sobre las proporciones y los detalles.
Furniss afirma en sus memorias que llegó a fingir no estar en casa cuando
Carroll se personaba para discutir el menor trazo de la última ilustración que
le había remitido.
El hada Silvia.
En 1889, agotado y enojado por la presión a la que Carroll lo sometía, Furniss lo amenazó con
hacer públicas sus disparatadas exigencias; Carroll recogió el guante y desafió
a Furniss “a ver quién ganaba la simpatía de los demás artistas”. La sangre no
llegó al río; autor e ilustrador se reconciliaron, y Furniss se ofreció a
rehacer los dibujos que habían desagradado a Carroll. Esto no impidió que, hasta
1893, Carroll continuara buscando la perfección en cada una de las imágenes,
reprochándole a Furniss que no se fijara en los textos, y alternando acerbas
críticas con calurosas felicitaciones. Cuando se publicó Silvia y Bruno
concluida, Harry Furniss declaró, como John Tenniel varios años antes, que
nunca volvería a dibujar para Carroll.
El travieso Bruno.
Desafortunadamente para la historia de la era victoriana, autor e ilustrador sufrieron un nuevo
encontronazo después de terminada su tormentosa colaboración. En la primavera de 1896,
Harry Furniss presentó en Oxford un espectáculo cómico escrito e interpretado
por él, America in a Hurry. Carroll compró cuatro entradas, pero,
cuando supo que la obra incluía una pantomima en que Furniss imitaba
a un predicador, no solo las devolvió de inmediato, sino que escribió a Furniss
una carta furiosa en que condenaba “el insulto a la cristiandad y la
profanación de las cosas sagradas” que suponía el burlarse de un representante
de la Iglesia. Para Furniss, fue la gota que colmó el vaso de las ofensas, y en
sus memorias, Las confesiones de un caricaturista, recordaría
amargamente todos los sinsabores de su relación con el reverendo Dodgson.
En la actualidad, los estudiosos suelen estar de acuerdo en que Furniss exageró bastante en sus autobiografías, y magnificó o incluso inventó muchos de los incidentes con Carroll, aunque tampoco cabe duda, por la correspondencia entre ambos que se conserva, de que el puntilloso autor le hizo la vida imposible en lo tocante a sus ilustraciones. Cuesta un poco de entender, porque los dibujos de Furniss son irreprochables tanto en concepto como en técnica. Muestran un trazo claro, un hábil manejo de los sombreados y una correcta percepción del espacio, el fondo y la imagen como conjunto. Furniss demostró un gran talento para dibujar animales, tanto las criaturas antropomorfas que eran tan del gusto de Carroll, como perros y ratones “normales”, así como para distinguir los personajes más serios y los humorísticos, que representaba respectivamente con rasgos realistas o caricaturizados.
Arthur y Muriel.
En la actualidad, los estudiosos suelen estar de acuerdo en que Furniss exageró bastante en sus autobiografías, y magnificó o incluso inventó muchos de los incidentes con Carroll, aunque tampoco cabe duda, por la correspondencia entre ambos que se conserva, de que el puntilloso autor le hizo la vida imposible en lo tocante a sus ilustraciones. Cuesta un poco de entender, porque los dibujos de Furniss son irreprochables tanto en concepto como en técnica. Muestran un trazo claro, un hábil manejo de los sombreados y una correcta percepción del espacio, el fondo y la imagen como conjunto. Furniss demostró un gran talento para dibujar animales, tanto las criaturas antropomorfas que eran tan del gusto de Carroll, como perros y ratones “normales”, así como para distinguir los personajes más serios y los humorísticos, que representaba respectivamente con rasgos realistas o caricaturizados.
Las ilustraciones de Furniss no son tan icónicas y recordadas como
las de John Tenniel, pero ello es debido a que se encuentran en una obra mucho menos
popular que los libros de Alicia, no a defectos achacables a los propios
dibujos. Silvia y Bruno es una novela compleja con una imaginería muy particular que supuso un
gran desafío, aderezado por las constantes quejas del autor, y Harry Furniss
llevó a cabo con éxito una empresa que habría derrotado a muchos otros. Independientemente
de la valoración que en la actualidad merezca el texto, las más de noventa
ilustraciones de Furniss le dan vida y sentido, y merecen ser recordadas por
sus propios méritos.
Ilustración final de Silvia y Bruno.
¡Que desaparezcan, con la noche, los nubarrones de la ignorancia, la plaga mortal del pecado y las mudas lágrimas del pesar, y que surjan, elevándose más y más alto con el día, la radiante aurora del conocimiento, el dulce aliento de la pureza y el latido extático del mundo! ¡Mira al este!
Fuentes:
“Harry & Harold Furniss”, por John Adcock.
Lewis Carroll: A Biography, de Morton N. Cohen. Random House, Nueva York, 1995.
Silvia y Bruno, de Lewis Carroll. Akal, Madrid, 2013.
The Confessions of a Caricaturist, vol. 1, de Harry Furniss. Proyecto Gutenberg.
The Confessions of a Caricaturist, vol. 2, de Harry Furniss. Proyecto Gutenberg.
Wikimedia Commons.
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