23 de marzo de 2019

Alicia de William Sterling (1972)



Alice's Adventures in Wonderland es una producción musical británica de 1972, dirigida por el australiano William Sterling, cuyos trabajos anteriores habían sido las series Sherlock Holmes (1964) y la menos conocida Counterstrike (1969). Esta película fue su primer y último trabajo para la gran pantalla. Alicia fue interpretada por Fiona Fullerton, que  entonces tenía quince años, y más tarde sería chica Bond en Panorama para matar (1985). El cantante Michael Crawford, que hacía de Conejo Blanco, se convertiría entre 1984 y 1990 en el primer y más celebrado Erik del musical de Andrew Lloyd Webber El Fantasma de la Ópera.

La banda sonora estuvo a cargo del letrista Don Black y el compositor John Barry, también músico habitual en las películas del agente 007. Los actores interpretan ellos mismos las canciones, pero existe cierta confusión en el caso de Alicia: unas fuentes aseguran que fue la propia actriz, Fiona Fullerton, quien cantaba las canciones, pero otras sugieren nombres diferentes que no aparecieron en los créditos, como Maegan Moore o Natalie Farmer.

La película recibió dos premios BAFTA en 1973: al mejor vestuario (Anthony Medleson) y mejor fotografía (Geoffrey Unsworth).

Probablemente, lo más destacado de esta versión es su comienzo, que nos muestra la historia de Alicia no desde el principio del libro, sino desde la génesis del mismo. Tras los créditos de apertura, aparecen remando por el Támesis Lewis Carroll (Michael Jayston) y el Rev. Duckworth (Hywel Bennet), con las hermanas Liddel, Lorina (Victoria Shellard), Alicia (Fiona Fullerton) y Edith (Pippa Wickers). 


Desembarcan, preparan una abundante merienda y se tienden en la hierba, mientras la voz en off de Carroll va relatando los acontecimientos de la "tarde dorada", y comienza a improvisar el cuento. Alicia lo escucha al principio, pero se va adormilando al ver cómo Lorina levanta ante ella un castillo de cartas y Edith balancea unas margaritas ante sus ojos. 


De pronto, un conejo blanco choca contra el castillo de cartas, que salen volando a una altura antinatural, el entorno se vuelve rojizo, y el Conejo Blanco (el ya mencionado Michael Crawford) pisa la carta de la Reina de Corazones, la cual suelta un quejido y hace que Alicia despierte de su ensimismamiento. Alicia está ahora sola entre unas plantas altísimas. Sigue al Conejo Blanco a su madriguera y a partir de este momento la película ya inicia la sucesión de escenas canónicas de Alicia en el País de las Maravillas, con una canción escrita a propósito para cada secuencia. Hay un solo elemento de A través del espejo en la aparición de Tweedledee y Tweedledum.


Así, Alicia, tras caer por la madriguera, encuentra la puertecita que da al jardín, encoge al beber la poción y crece al comer el pastelito, llora amargamente pensando que está atrapada para siempre, encoge de nuevo al abanicarse, y nada en el lago de sus propias lágrimas. Sigue al Ratón (Davy Kaye) y a los otros animales a tierra firme, donde primero el Ratón intenta secarlos con una historia aburrida, pero al ver que no funciona, el Dodo (William Ellis) propone la Carrera Loca. Una vez todos secos, y con unos improvisados premios que Alicia encuentra de casualidad en sus bolsillos, todos se sientan a escuchar un cuento de Alicia, pero ella los espanta accidentalmente al mencionarles lo buena cazadora que es su gata Dinah.

Alicia se ha quedado sola, pero no tarda en encontrarse de nuevo con el Conejo, quien la confunde con su criada Mary Ann y la manda a su casa a por sus guantes y su abanico, cantándole una canción sobre cómo él nunca se equivoca en nada. Alicia obedece, y al beber de una botellita en casa del Conejo vuelve a crecer a un tamaño descomunal, y se queda atascada en la casita. El Conejo y el Jardinero intentan obligar al Lagarto Bill (Julian Chagrin) a que saque él mismo a Alicia de la casa (lo que, como es sabido, tiene funestas consecuencias para Bill), y al ver que no funciona, comienzan a tirarle guijarros a Alicia a través de la ventana. Las piedrecitas se transforman en pasteles, Alicia come uno y vuelve a disminuir de tamaño; tanto, que puede salir y esconderse de animales que aún discuten qué hacer con ella.

Tiene a continuación un encuentro con la Oruga (Ralph Richardson), quien, tras una discusión existencial, le ofrece coger trozos de la seta donde está sentada para poder crecer y disminuir a voluntad. Tras seguir paseando un rato por el bosque y cantar una canción, se encuentra con Tweedledee y Tweedledum (los gemelos Frank y Fred Cox, respectivamente) y les ayuda a pertrecharse para su enfrentamiento a vida o muerte. Son interrumpidos por el Cuervo, y Alicia vuelve a quedarse sola (y canta otra canción).


Llega a una casita en medio del bosque, y observa a cierta distancia el diálogo (cantado y bailado) entre el Lacayo-Pez (Peter O’Farrell) y el Lacayo-Rana (Ian Trigger). Alarmada por el estrépito proveniente de la casa, y tras un infructuoso diálogo con el Lacayo-Rana, Alicia entra en la ruidosa cocina de la Duquesa (un actor travestido, Peter Bull) y ve al Gato de Cheshire (Roy Kinnear) y a la Cocinera (Patsy Rowlands). Al ver el horrible trato que la Duquesa da al bebé, y dado que aquélla se lo pone literalmente en los brazos, Alicia sale de la casa y se pregunta qué hacer con la criatura, hasta que se convierte en cerdito y lo deja corretear.


Tiene lugar a continuación la Loca Fiesta del Té, con el Sombrerero (Robert Heltman), la Liebre de Marzo (Peter Sellers) y el Lirón (Dudley Moore). Alicia intenta tomar el té y disfrutar de la conversación, pero sus compañeros de mesa resultan demasiado absurdos para ella y acaba dejándolos.


Al entrar por una puerta en el tronco de un árbol, Alicia regresa al pasillo en al que cayó a través de la madriguera, y esta vez, con ayuda de los trozos de seta, logra por fin hacer las cosas en orden y llegar al precioso jardín del palacio real. Encuentra a los Jardineros-Carta que intentan pintar las rosas de rojo, y presencia el desfile de Cartas. Vuelve a ver al Conejo Blanco, y conoce al Rey (Dennis Price), la Reina (Flora Robson) y la Sota de Corazones (Rodney Bewes), y se une a la partida de croquet. La cabeza del Gato de Cheshire aparece y se insolenta con el Rey, quien corre a dar aviso a su magna esposa para que ordene una decapitación sumaria. Mientras tanto, la Duquesa se lleva a dar un paseo a Alicia, pero cuando llega la Reina, parece tener más deseos de ejecutar a la Duquesa que al Gato, por lo que la Duquesa se despide precipitadamente. La Reina le presenta a Alicia al Grifo (Spike Milligan), y lo deja con él mientras va a ver cómo andan las decapitaciones que ha ordenado.

El Grifo, a su vez, lleva a Alicia a ver a la Tortuga Falsa (Michael Hordern), y ambos le enseñan a bailar la Cuadrilla de las Langostas. Alicia se divierte mucho con estos personajes, pero pronto vuelve el Conejo Blanco y los convoca a los tres al juicio de la Sota de Corazones.



Alicia tiene un asiento privilegiado en el centro de la corte, y el juicio, aunque intenta ser legal y serio, se desarrolla con la improvisación y el caos propios del País de las Maravillas, con gran mareo de entradas y salidas de testigos, declaraciones a gritos y constantes murmullos del público. Por si fuera poco, Alicia se da cuenta de que está creciendo de modo incontrolado, y pronto su cabeza toca el techo. El Rey intenta obligarla a abandonar la sala, Alicia se niega, y el juicio continúa con la lectura de una carta anónima, que el Conejo Blanco lee cantando y animando el cotarro. La Reina considera que es prueba suficiente para dictar sentencia, Alicia se opone, y toda la corte comienza a pedir su cabeza a voces. Asustada, Alicia les grita: “¡No sois más que una baraja de cartas!”, y se cubre la cara… para despertarse en el regazo de Lorina. Dice a sus compañeros de excursión: “¡He tenido un sueño curiosísimo!”, a lo que Carroll contesta: “Ha debido de ser realmente curioso… pero ya es hora de irnos. Se está haciendo tarde”. La película termina con Alicia mirando plácidamente a su alrededor, con una suave sonrisa, mientras la barca deshace el camino por el Támesis.

Como adaptación de la obra de Carroll, esta versión es prácticamente perfecta. Sigue en orden los capítulos del libro (salvo el añadido de Tweedledee y Tweedledum, y algunas escenas suprimidas como la del Perrito o la Paloma) y conserva íntegros los diálogos, poemas y juegos de palabras originales. Es de lamentar, sin embargo, que no incluya una de las escenas más recordadas y queridas: la primera conversación entre Alicia y el Gato de Cheshire, justo después de la transformación del bebé-cerdito. Aparentemente, la secuencia llegó a filmarse, pero no se incluyó en el montaje final por el excesivo metraje. Personalmente considero que, si era forzoso elegir, habría sido más coherente con el resto de la película suprimir el pasaje de Tweedledee y Tweedeledum, y haber incluido el del Gato de Cheshire, con lo que se habría relatado íntegra la historia de Alicia en el País de las Maravillas.

La estética reproduce con fidelidad las ilustraciones de John Tenniel, y los colores del vestuario y los fondos son bastante acertados, vivos sin ser ridículos. Los disfraces, por el contrario, no están siempre muy bien logrados. El Conejo Blanco sobresalta en su primera aparición, el Gato de Cheshire resulta inquietante, y la Tortuga Falsa, en algunos planos, llega a ser terrorífica. No ayuda que su máscara, que debería ser de ternera (ya que la sopa falsa de tortuga se hacía con carne de vacuno), parezca más de un cerdo en muy malas condiciones. Además, al no aplicar efectos visuales a ningún personaje salvo Alicia, todos tienen el mismo tamaño, y rechina un poco ver al Lirón (que se supone que ha de caber en una tetera) sentado a la mesa junto a la Liebre y el Sombrerero.

Encuentro que la banda sonora es el apartado más cuestionable de esta versión. Hay muchas, muchas canciones. Quizá demasiadas. Algunas son muy cortas, de dos o tres versos apenas, lo que hace que en algunas escenas se canten varias (en la Loca Fiesta del Té hay tres). Y suenan todas muy parecidas. Salvo algunas excepciones como “La última palabra es mía”, con la que el Conejo Blanco se impone cuando Alicia le intenta explicar que ella no es Mary Ann, y “La canción de los juegos de palabras”, que anima la fiesta de la Liebre de Marzo, las canciones son baladas monotonales con las que Alicia reflexiona sobre su viaje y la gente que encuentra en él. El letrista Don Black no aprovecha el fantástico material que le ofrece Carroll: solamente las canciones “El baile de Dum y Dee” y “La nana de la Duquesa” proceden del texto original, y la primera, de hecho, es la canción infantil de la que provienen Tweedledee y Tweedledum. Todas las demás letras son de Black, y aunque son correctas para una película familiar, desde luego no mejoran el material del libro. Muchas canciones simplemente sobran… ¡hay hasta una para el momento en que Bill sale disparado por la chimenea!

Se trata, en definitiva, de una de las películas más fieles al libro filmadas hasta la fecha, con la encantadora innovación de presentarnos a Charles Dodgson, el Rev. Ducksworth y la hermana pequeña, Edith, antes y después del sueño de Alicia. Sería aún mejor si hubiera mantenido la impagable conversación entre Alicia y el Gato de Cheshire, si las canciones fueran menos y mejores, y si algunos disfraces no dieran escalofríos. Pero para cuando queramos ver una película “lo más parecida al libro” posible, esta adaptación es indiscutiblemente de las primeras de la lista. 


Fuentes:







13 de marzo de 2019

Alicia de Eduardo Plá (1976)


Alicia en el País de las Maravillas es el único largometraje de la breve carrera cinematográfica del artista plástico argentino Eduardo Plá (1952- 2012). En un período de diez años, Plá realizó esta película y nueve cortometrajes, uno de los cuales, "Los sueños de Alicia", también estaba relacionado con la obra de Carroll. Su versión de Alicia combina los elementos clásicos del cuento con referencias a la cultura contemporánea del cineasta, como la música y la imaginería psicodélica, y escenarios modernos y urbanos que contrastan con un País de las Maravillas más o menos canónico. Se estrenó en el cine Premier de Buenos Aires, el 9 de diciembre de 1976.

Vale la pena decir que, inicialmente, Eduardo Plá no quería filmar una versión "normal" de Alicia, sino una parodia/ adaptación  titulada Alicia en el País del Subdesarrollo. Teniendo en cuenta que, en su propio país, la opresión en los años previos al golpe de estado de 1976 crecía a pasos agigantados, no era lo que se dice la mejor de las ideas. "Entonces empecé llevando a Alicia con una máscara de gas adonde queman la basura", relata Eduardo Plá, "y vino la policía y nos llevan presos. "¿Qué están haciendo acá?", "Filmando Alicia en el País de las Maravillas", "Ah, ¿sí? No te hagás el vivo..." Y nos llevaron a todos presos. Varias veces". Tales incidentes hicieron reconsiderar a Plá su idea de película-protesta, y cabalmente decidió realizar en su lugar una adaptación casi al pie de la letra del libro de Carroll. Cuando se estrenó la película, Argentina estrenaba a su vez una dictadura fresca y reluciente.





Tras unos créditos de apertura con dibujos muy coloridos e inocentes, letras en minúscula, y una breve y dulce canción introductoria, la película comienza de modo bastante ortodoxo, con Alicia (Mónica von Reust) y su hermana (Tina Wright), que van a leer a la orilla del río. Alicia nos explica, en off, que estas excursiones la aburren (¡si por lo menos el libro tuviera dibujos!), e inmediatamente aparece el Conejo Blanco (Carlos Lorca). Alicia decide que el extraño Conejo es más entretenido que el libro de su hermana, y se levanta para correr tras él. Sin embargo, en vez de internarse en el bosque, el Conejo se escabulle en la ciudad, se mezcla con un vistoso desfile, e intenta perderse de vista por las galerías de un centro comercial. Alicia lo sigue tenazmente, hasta que consigue plantarse delante de él, y lo saluda con una cortesía. Al principio el Conejo la ignora, pero poco después, mientras bajan por unas escaleras mecánicas, le sonríe y le tiende la mano para llevarla a su "madriguera", que es un ascensor por el que "caen" hacia el País de las Maravillas, con la imagen intermitente del Conejo y Alicia enmarcados en cuadros de colores, y una música psicodélica que la acompaña.





Alicia llega, sola, y habiendo perdido su pamela y su calzado, a un sala completamente blanca sin paredes, suelo ni techo definidos, solo una puertecita. 


Alicia se agacha, se asoma y se ve a sí misma paseando por un bosque. En una mesita aparece una pequeña llave con la que abre la puerta (“¡Qué extraño es todo esto!”, se dice Alicia), y luego el frasco de poción “bébeme”. 


Y no llevamos ni quince minutos de película, pero ya comienza a parecer que lo que ha bebido Alicia es peyote: se marea, tiene alucinaciones con unos seres que, si hemos de creer al director, representan algunos signos del zodíaco; vuelve la música psicodélica, la habitación se llena de agua mientras una pasmada Alicia se queda simplemente de pie con la mirada perdida, y los personajes del Lago de Lágrimas, que parecen escapados de un Circo del Sol de muy bajo presupuesto, llegan agitando los brazos para fingir que nadan. Eduardo Plá calificó esta escena nada menos que de “aquelarre cósmico”.

El Ratón (Ernesto Leal) le pregunta a Alicia por qué llora (aunque Alicia no ha llorado ni un solo momento) y la ayuda a salir del agua y reunirse con sus amigos. Tras una Carrera Loca que apenas se aprecia, Alicia reparte regalos que han aparecido mágicamente en sus manos, y el Ratón, a su vez, le regala un huevo, aconsejándole que lo ponga junto a su oído porque oirá una hermosa música. Alicia así lo hace, y además de escuchar una melodía es teleportada al bosque que había visto tras la puerta. Para su comodidad, vuelve a tener medias y zapatos.

El huevo desaparece de sus manos, pero entonces se encuentra con Humpty Dumpty (Bruno Llacer), con quien tiene una conversación que más o menos sigue la original, aunque mucho más corta. Un lacayo del rey viene en barca a buscar a Humpty Dumpty. Alicia le ayuda a subir a la barquita, y mientras se alejan, el "huevo parlanchín" le dedica una canción, con tanto entusiasmo que acaba cayéndose al agua, y Alicia ríe muy divertida desde la orilla. Humpty Dumpty vuelve a la barca, y Alicia sigue paseando por el bosque.





Poco después, alguien la llama por su nombre: es un irreconocible Conejo Blanco, que lleva ropa completamente distinta (viste de bandera argentina, de blanco y azul, y con soles amarillos pintados en los párpados), no tiene orejas, juega con bengalas, y aparece y desaparece entre nubes de humo ante una atónita Alicia. Cuando al fin se queda con ella (después de darle un buen susto, tocando una corneta a su espalda), Alicia le pregunta sin rodeos qué ha pasado con sus orejas y su reloj; el Conejo responde que se quitó las orejas porque le molestaban, y regaló el reloj porque siempre lo llevaba de un lado a otro. El Conejo presume de su ropa nueva; dice que es para ir al desfile de la Reina, e invita a Alicia a unirse a todos los participantes: "estarán la Duquesa, y el Rey, y el Gato de Cheshire, y el Hombre del Sombrero... y será un desfile muy hermoso, muy hermoso, lo que se dice hermosísimo", tras lo cual vuelve a desaparecer, y Alicia sigue paseando por la orilla del río.








Tras ese encuentro con el Conejo, que es exclusivo de la película, Alicia va conociendo a otros personajes, como la Oruga (Roberto Granados), los dos Lacayos, la Duquesa (Evelyn Rodríguez) y la Cocinera (Ángela da Silva), el Gato de Cheshire (Rubén Fraga), el Sombrerero (Nano Gruberg), la Liebre de Marzo (Sally Cutting) y el Lirón (probablemente creditado, pero sin identificar). Pero pasa muy poco tiempo con ellos, y aunque los diálogos son fieles al texto original, se reducen a lo mínimo.





Siguiendo con su paseo, Alicia acaba encontrando a unos Soldados- Carta muy poco marciales que bailan y saltan en medio del bosque, y se une a ellos. Están también el Conejo, quien le deja a Alicia tocar su corneta (casi suena mejor de lo que es), aparentemente el Rey y la Reina de Corazones, y un personaje inidentificable: parece un Caballo, pero no hay caballos en el País de las Maravillas, y tampoco es, por la evidente falta de cuerno, el Unicornio de A Través del Espejo (si llegara a ser el misterioso caballo de la orquesta de música afónica, me explotaría la cabeza). 

Pero de repente la escena es una extensa pradera en que están varios Soldados- Carta junto al arbusto más raquítico de Río de la Plata, y admiten que debería ser un rosal lleno de rosas, pero que en vez de eso han puesto caracoles en unas ramas secas esperando que den el pego, en lo que indiscutiblemente es el mejor chiste de la película. Llegan entonces el Rey (Ricardo Bouzas) y la Reina (Martha Serrano), la cual es muy poco amenazante, con su séquito. Tras mandar algunas decapitaciones que nadie se toma en serio, y permitir que Alicia le tire de sus ropajes sin más que un “¡Oh!” de sorpresa, la Reina se dirige a su partida de croquet, Alicia se reúne con el Conejo, y la comitiva sigue charlando tranquilamente. 

El campo de croquet está instalado en la playa. Los mazos son normales, y las pelotas son... ¿cabezas?, que no ruedan muy bien, por lo que requieren muchos golpes para avanzar, y la partida se vuelve confusa. El juego le parece “aburridor” a Alicia, y así se lo dice al Gato de Cheshire, que aparece para preguntarle cómo le va y se muestra impertinente ante el Rey, el cual, como es sabido, ordena cortarle la cabeza, a lo que el verdugo responde con mucha lógica que “¡Cómo voy a cortarle la cabeza, si no tiene cuerpo!”. Alicia (de nuevo descalza, por cierto) tiene su conversación con la Duquesa sobre las moralejas y el movimiento del mundo, y después (calzada con botas blancas) se encuentra con el Grifo (Paulino Andrada) y la Tortuga Falsa (Paula La Reina). 

Tras una breve conversación en que Alicia está continuamente acuclillándose y levantándose, el Grifo la coge por una mano y la lleva a tirones al “proceso”, en una improvisada sala de tribunales en el mismo escenario blanco sin líneas definidas del principio. El Conejo lee la acusación, el Rey grita mucho, la Reina ordena algunas ejecuciones que pasan totalmente desapercibidas, los testigos declaran, y se cita a Alicia, quien causa un revuelo inexplicable porque todavía tiene el mismo tamaño que todos los demás personajes. El Rey lee el artículo 42 e insta a Alicia a abandonar la sala, a pesar de que no ha cambiado de tamaño lo más mínimo. A las amenazas de la Reina, Alicia responde desafiante “¡Si no son más que una baraja de cartas!”, y los personajes… desaparecen. Simplemente desaparecen, uno a uno o por grupos, sin decir nada. Entonces Alicia despierta en el regazo de su hermana, exclama “¡Tuve un sueño extrañísimo!”, y la película termina de modo muy modesto, con dos minutos de recopilación de los mejores momentos, y un discreto “Fin” en la esquina inferior derecha.

Me la esperaba peor, pero realmente es mala.

Esta Alicia es una rareza. Como comentábamos al principio, no es obra de un cineasta de carrera sino de un artista plástico que experimentó con cortometrajes y se animó, en 1973, a extender uno de ellos. Pero no solo tuvo que vérselas con su falta de experiencia en largometrajes, con la tensión constante de una vigilancia censora y con un elenco de actores dudosamente profesionales (de la actriz protagonista, Mónica von Reust, no consta ningún otro papel), sino también  con un presupuesto reducido. “La hacíamos los fines de semana, cuando podíamos”, declara Eduardo Plá, “Teníamos poca plata”.

Eduardo Plá hizo lo que pudo con esa poca plata. Aunque él mismo residió la mayor parte de su vida en Europa, mostró algo de amor patrio al rodar los primeros minutos en algunas localizaciones de  Buenos Aires (muy notablemente, durante el desfile de carrozas de la Avenida de la Fe) y al vestir al Conejo con los colores de su bandera, e improntó el sello de la cultura urbana de los 70 al introducir música y animaciones psicodélicas y referencias a las drogas alucinógenas. Y estos elementos no son, para nada, los que estropean la película. Cada versión es hija de su tiempo, y el cambiar la localización de Oxford a Buenos Aires o trabajar con escenarios minimalistas no hace a esta Alicia menos que las demás; al contrario, le da carácter, le aporta la riqueza de una lectura personal. Pero el montaje de esta producción es tan tosco y tan poco creativo que desluce cualquier virtud.


La pobreza del vestuario, la falta de ensayo de los actores, los fallos de raccord y la precariedad técnica de esta película causan dolor ajeno. Alicia pierde y recupera sus medias y sus zapatos sin patrón aparente; los personajes aluden a hechos de los que no se les ha informado con anterioridad; el bebé- cerdito de la Duquesa es claramente un cerdito desde el principio; el Conejo pierde los únicos rasgos que lo caracterizan como tal; el Gato de Cheshire se coloca un antifaz sujeto con una varilla; la Liebre es simplemente una chica con coletas, y el Lirón un señor con gorro de dormir. No es fácil pasar desapercibido el hecho de que, cuando para entrar en el País de las Maravillas el Conejo y Alicia se meten en el ascensor (según Mitrovich y Wainziger, el ascensor y las escaleras mecánicas de ese centro comercial eran “los únicos de la época en Argentina”), el Conejo tiene que cerrar la puerta automática con sus propias manos.

Por otra parte, hay pocas contribuciones de los guionistas al texto original, lo que tampoco debería ser malo si la ausencia de plumas ajenas permitiera manifestarse a Carroll en todo su esplendor. Pero los diálogos entre Alicia y los personajes del País de las Maravillas, aunque se mantienen, se acortan de un modo inexplicable. Muchos minutos de metraje entre escena y escena se dedican simplemente a mostrar a Alicia paseando sola por el bosque. Mitrovich y Wainziger consideran que estas largas transiciones son “cuadros” en los que se manifiesta “una idea de gozo de libertad, asociada a la felicidad y el retorno a la naturaleza”, y que constituyen una forma de rebeldía de Plá frente al clima de opresión y miedo. Lamentablemente, al acortar tanto los brillantes diálogos de Carroll, se pierde mucho del encanto y la diversión que el relato supone, y lo que parece es que estén intentando ahorrar metraje o sueldo por palabras. El pasaje de la Loca Fiesta del Té o Merienda de Locos, uno de los más celebrados del libro, y en el cual los cineastas ponen todo su empeño en versionar de forma brillante, dura menos de tres minutos.

En el apartado técnico, la película es un quilombo. Los cortes de imagen en las apariciones y desapariciones del Conejo y el Gato son tan sutiles como una patada en la cara. El momento en que Humpty Dumty vuelve a la barca es simplemente la escena en la que se caía, rebobinada, lo que sería hasta gracioso si no diera la punzante sensación de que no podían permitirse grabar una nueva. Los personajes fingen que van a cámara lenta ondeando los brazos y moviéndose despacio. El que el Conejo se desprenda de sus orejas a mitad de la película me hace pensar que el actor las perdió en el bosque y que no había dinero para ir a una tienda de disfraces baratos y comprar otras, y el chiste de poner caracoles en un arbusto para hacerlo pasar por un rosal de verdad parece motivado más por la necesidad que por el ingenio. En la escena del desfile, hay un personaje que cae al suelo y es ayudado por otro a levantarse, y no parece para nada que estuviera en el guión. Por motivos que escapan a mis más bien modestos conocimientos de lenguaje cinematográfico, en ocasiones los personajes hablan de espaldas a la cámara, o se filman planos medios cuando el paisaje no es importante y sería más valioso poder ver la acción con detalle.

Por otra parte, y por razones que también cuesta entender, Alicia toca y acaricia a otros personajes, quienes también le tocan el rostro o el pelo, lo que puede hacerse incómodo teniendo en cuenta que la actriz es una adolescente y la mayoría de personajes son interpretados por hombres adultos con un disfraz tan somero - siendo generosos con el término - que no permite la suspensión de la incredulidad. El espectador no puede llegar a imaginarse al Gato o al Conejo: ve claramente a una jovencita pasando la mano por el muslo de un tipo muy maquillado. ¿Es intencionado? ¿Es accidental? ¿Es símbolo de cómo la inocente Argentina se somete al estado opresor? ¿Debemos preocuparnos? 

La película no es buena: no tiene recursos, libertad ni inspiración para serlo. Es una adaptación bastante reducida, si bien fidedigna, de las escenas y los textos de Carroll. Seguramente la idea original de película-denuncia de Plá habría dado más que comentar, pero lo que hizo al final acabó siendo simplón y olvidable. ¿Es lo peor? No, lo peor es tener el dinero de Walt Disney y el talento de Tim Burton y emplearlos en hacer esto. Pero la Alicia de Eduardo Plá no es lo peor; es una versión mediocre que se hizo como se podía y con lo que se tenía. Como resume con acierto un agudo comentarista de internet: “Es lo malo cuando querés hacer una película pero solo contás con 15 pesos de presupuesto”.


Fuentes:

MITROVICH, Valentina; WAINZIGER, Francisco. "Alicia en el país. Representaciones en un film argentino de 1976".
Cine nacional
Espacio Pla 
Internet Movie Database

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