14 de diciembre de 2019

Fantasmagoría (1869)




“Fantasmagoría” es un poema escrito por Lewis Carroll en 1869. Forma parte del libro Fantasmagoría y otros poemas, si bien, debido a su extensión, en habitual que se publique y se traduzca a otros idiomas de modo independiente. Con 750 versos divididos en 150 estrofas de tres octosílabos y dos heptasílabos, distribuidas a su vez en siete cantos, es el poema más largo del autor.

Fantasmagoría y otros poemas fue publicado por MacMillan en 1869, en una edición sin ilustraciones. En 1883 se reeditó junto con La caza del snark y seis poemas nuevos, en un libro titulado ¿Rima? y ¿razón?. En esta edición, “Fantasmagoría” fue ilustrado por A.B. Frost, y para La caza del snark se usaron de nuevo los dibujos de Henry Holiday.

El poema consiste en el diálogo entre un hombre de mediana edad llamado Tibbets y un fantasmilla al que encuentra en su estudio en una noche fría. El ser sobrenatural, cabezón, resfriado y poco imponente, le anuncia con solemnidad que ha recibido el encargo de rondar su casa. Demasiado pequeño como para causar ningún miedo, pero decidido a quedarse allí, el fantasma se dedica a explicar a Tibbets la jerarquía y las costumbres del mundo de los espectros, así como su entorno familiar y su formación como merodeador, al tiempo que le gorronea comida y licores. Aunque al principio lo acoge con simpatía, su involuntario anfitrión no tarda en encontrarlo cargante. Soporta con resignación su discurso, sus quejas sobre los platos que está consumiendo, y hasta sus agresiones (el fantasma lo deja inconsciente arrojándole una botella a la cabeza). En un momento dado, sin embargo, se revela que ha habido una confusión y que la casa que debe ir a rondar es la de otro hombre, llamado Tibbs. Tras echarle la culpa del malentendido, y viendo que el día comienza a clarear, el fantasmilla se despide de Tibbets y desaparece. Tibbets se muestra confuso y hasta se siente algo celoso del tal Tibbs; se toma unas copas, llora un buen rato y se va a la cama. A pesar de lo fastidioso que se había mostrado el pequeño espíritu, acaba echándolo de menos.

Los siete cantos, en la traducción del año 2000 de Javier La Orden Trimollet a la que nos referiremos a partir de ahora, son los siguientes: “El encuentro”, “Sus cinco reglas”, “Escaramuzas”, “Su crianza”, “Altercados”, “Desconcierto” y “Triste recuerdo”. Nótese que la palabra “canto” se empleaba para distinguir las partes en los poemas extensos y graves, como la Divina Comedia de Dante Alighieri, La Reina Hada de Edmund Spencer o El peregrinaje de Childe Harold de Lord Byron.  Carroll lo emplea a propósito para un poema humorístico y considerablemente más corto que las obras épicas citadas.



Canto 1. El encuentro.

El comienzo del poema recuerda un poco al del celebérrimo “El cuervo” que Edgar Allan Poe había publicado en 1845; no puede descartarse que Carroll lo conociera. El narrador vuelve a su casa en una noche muy fría de invierno, “helado, harto, enlodado, exhausto” y, al percatarse de una figura extraña en su estudio tenuemente iluminado, intenta justificarla: “La criada ha dejado ahí la escoba”. Pero la silueta estornuda, y resulta ser “un fantasma menudo”, que se esconde al verlo. 



El narrador se compadece de su pequeño tamaño y su aspecto inofensivo, y le invita amistosamente a hablarle y explicarle su presencia. El fantasmita coge confianza y le cuenta que hasta entonces ya había tenido un rondador en su casa, del que por lo visto no se había percatado, pero que la plaza había quedado vacante, y él acaba de llegar a ocuparla. Le explica el orden en que se asignan las tareas a los distintos tipos de espectros, y declara estar tan emocionado por haber sido enviado por primera vez a una casa, que ha olvidado las “cinco sabias reglas de etiqueta” de los fantasmas. 


El narrador se siente un poco ofendido de que hayan enviado a un fantasma con pinta de crío a rondar a un caballero de su edad, pero aun así lo trata con simpatía y le ofrece comida para que se le pasen los nervios. El fantasma le agradece su hospitalidad y se dispone a hablarle del citado protocolo.



Canto 2. Sus cinco reglas.

El fantasma describe las cinco reglas que toda criatura espectral debe obedecer por real decreto, ya que existe un rey de los fantasmas.
Regla uno: el fantasma no debe comenzar una conversación con su “víctima”. Puede dar a conocer su presencia sacudiendo los doseles de la cama, cerrando las puertas de golpe, o emitiendo lastimeros gemidos. Para desplazarse por la casa, debe conseguir mantequilla, sebo para velas o una grasa similar, y patinar por los suelos valiéndose de ella. Si su víctima le pregunta cómo ha llegado hasta ahí, la respuesta más adecuada es: “A lomos de un murciélago”.


Regla dos: el fantasma también debe encender un fuego azul o rojo, y arañar las puertas, cosa que el fantasma protagonista ha olvidado hacer esa noche. El narrador le interrumpe para hacerle saber que poco durará en su casa como se atreva a encender fuegos por ahí.


Regla tres: el fantasma debe proteger los intereses de su víctima, tratarla con el mayor respeto y cortesía, y no llevarle la contraria; le cabe esperar una consideración recíproca. El narrador comenta que esa regla debería aplicarse a todo el mundo, y no solamente a los seres espectrales.


Regla cuatro: el fantasma debe evitar entrar en casas donde haya otros fantasmas asignados. Salvo que obtenga perdón del rey, el castigo por infringir esta norma es ser descuartizado, lo que verdaderamente no es grave, ya que cuando un fantasma es despedazado, enseguida se vuelve a recomponer, en un proceso que “apenas duele”.


Regla cinco: el fantasma debe dirigirse al rey llamándolo “Señor” y “Su Blanqueza Real”.


Tanto parloteo le está secando la garganta al fantasma, que sin ninguna ceremonia le pide a su anfitrión un vaso de cerveza.


Canto 3. Escaramuzas. 
El fantasma hace una relación de los diferentes tipos de criaturas sobrenaturales: espectros, elfos, duendes, goblins, trasgos, y muchas más, y le habla del Inspector Kobold, de la categoría de los espectros, que frecuenta las tabernas por ser muy aficionado al vino de Oporto, y por eso se le llama inn-spectre (Javier La Orden ingeniosamente adapta el chiste diciendo que Kobold frecuenta las pastelerías, y por eso lo llaman inspectorrija).



A estas alturas, el fantasma ya ha cogido confianza, y en una clara transgresión de la tercera regla comienza a criticar la comida, la bebida y el tabaco que su anfitrión le ha ofrecido, y hasta el tamaño y la comodidad de su casa. Tibbets se molesta con razón, y le dice al fantasma que no piensa tolerarle tales impertinencias. Ni corto ni perezoso, el fantasma coge una botella y se la arroja a la cara a su víctima. Aunque intenta esquivarla, la botella le da en la nariz a Tibbets, que cae al suelo inconsciente. Cuando despierta, el fantasma, impertérrito, sigue hablándole de sí mismo.

Canto 4. Su crianza.

El fantasma habla a continuación de su familia y su formación. Su padre era un duende doméstico y su madre un hada, y sus muchos hijos fueron de categorías diferentes. Entre los numerosos hermanos del fantasma protagonista hay un pixie, una banshee, dos trolls, un elfo, un poltergeist, un doble (lo que nosotros llamaríamos doppleganger) y un leprechaun, entre varios otros tipos de criaturas. Ya que Carroll toma todos estos nombres de diferentes mitologías como la celta o la escandinava, Javier La Orden los adapta cogiendo criaturas folklóricas de varias regiones de España. Los denominados específicamente “espectros” son considerados la aristocracia de las criaturas fantasmales, y el protagonista declara tener cierta envidia de ellos.



El fantasma sigue hablando de los usos y costumbres de sus congéneres, del modo en que llevan a cabo su preparación como rondadores, y de lo mucho que se gastan en cadenas, ropajes, materiales para encender fuegos y luces, y demás parafernalia propia de su oficio (“Y es que hacer el fantasma sin desdoro/ requiere tanto equipo y tantos trastos/ que hay que nadar en oro”).


Canto 5. Altercados. 
Tibbets le pregunta al fantasma si alguna vez consultan a las víctimas acerca de sus preferencias respecto al ente que les van a asignar. El fantasma responde que nunca lo hacen, ya que no terminarían si tuvieran que satisfacer los requisitos de todas sus víctimas. El narrador comenta que a un caballero de su edad bien podría permitírsele elegir, pero el fantasma replica que no puede haber  excepciones.



Habla a continuación de su superior directo, el fantasmaestre (knight-mayor, “caballero- alcalde”, que suena como nightmare, “pesadilla”), un espectro gordo y pesado que recibió su cargo por nombramiento directo del rey. Después de oír hablar sobre este fantasmaestre, Tibbets se permite cuestionar la decisión del rey, y se enzarza en una discusión con su fantasma.

Canto 6. Desconcierto.

El narrador declara lo difícil que es intentar razonar con un fantasma usando los mismos mecanismos lógicos que con un ser humano. Él y el huésped siguen debatiendo un rato, y en un momento dado el fantasma dice: “Eso es tan cierto como que Tibbs te llamas”, a lo que el narrador replica que no se llama Tibbs, sino Tibbets. El fantasma descubre así que se ha equivocado de casa, da un golpe en la mesa que rompe gran parte de los vasos que hay sobre ella, y le echa toda la culpa a su anfitrión por no haberse presentado al principio. Tibbets le contesta que era responsabilidad suya asegurarse de que la casa a la que había ido era la correcta. 


El fantasma se calma un poco, admite que su anfitrión está en lo cierto, y le estrecha la mano, agradeciéndole la hospitalidad que le ha brindado. Antes de marcharse con las primeras luces del amanecer, le recomienda a Tibbets que no dude en buscar un palo grueso y fuerte y sacudirle un bastonazo al espíritu que venga tras él, si le resulta molesto.  

Canto 7. Triste recuerdo.




El narrador, confuso, se pregunta si ha estado durmiendo o si lo que ha visto se debe a los efectos del alcohol. Se sienta y llora durante un buen rato, y se pregunta quién será el tal Tibbs, y qué tendrá para que el fantasma se haya marchado tan deprisa a su casa. Le preocupa cómo reaccionará cuando se encuentre con su rondador a las tres de la madrugada y que sea duro con él.



Tibbets se toma una copa y entona una elegía en honor del fantasma, pero tras dos estrofas decide que no merece la pena una tercera y se va a la cama. Duerme profundamente y sueña con todas las criaturas de las que le ha hablado el pequeño fantasma. Concluye diciendo que en varios años no ha vuelto a ser visitado por ningún ente de ningún tipo, pero que aún suenan en su cabeza las palabras con las que se despidió el que por error vino a su casa aquella noche.




La naturalidad con la que el fantasma y su víctima se ponen a conversar, que el mundo de los entes sobrenaturales sea tan similar a la sociedad humana, y las propias opiniones del fantasma sobre las diferentes categorías de sus hermanos y congéneres, le dan un tono cómico y desenfadado a un texto en el que apenas hay movimiento ni acción. La variedad de criaturas que se describen permite vislumbrar la rica mitología de las islas británicas y Escandinavia, así como el interés de Lewis Carroll por el folklore. Podemos pensar que, como diácono y creyente fervoroso, Carroll no veía estos personajes más que como un mero entretenimiento… pero, años después, se haría miembro de la Sociedad para la Investigación Psíquica, que se fundó en Londres en 1882 para estudiar presuntos casos paranormales y fenómenos como la telepatía y el contacto con los espíritus a través de médiums. ¿Querría juzgar por sí mismo si una aparición fantasmal como la de su criatura cabezona era posible?


Aunque no se trata de una de las obras más importantes de Carroll, resulta sorprendente cómo “Fantasmagoría” ha sido un texto prácticamente desconocido en España hasta el siglo XXI. En internet se encuentran muchas versiones sin fecha ni traductor, pero la adaptación al castellano de Javier La Orden del año 2000 para Alba Editorial (como poema suelto) es la primera publicada oficialmente en nuestro país. A ésta siguió la de 2006, por la traductora Marta Olmos, para Edimat Libros, en una edición conjunta de Alicia en el País de las Maravillas, Fantasmagoría y otros poemas y Un cuento enredado. La más reciente, del presente año 2019, es la de Martín Monreal para Torito Press, pero se trata de una versión en prosa y de momento solo se vende en formato digital.


Sin tener la grandeza épica de La caza del snark ni los retruécanos del “Jabberwocky”, se trata de un poema original, divertido y fácil de leer, y no merece la oscuridad en la que ha permanecido tanto tiempo.



Fuentes:

CARROLL, Lewis; LA ORDEN TRIMOLLET, Javier (trad.). Fantasmagoría. Alba Editorial, Barcelona, 2000.   
                                    - MONREAL, Martín (trad.). Fantasmagoría. Alicia en el País de las Maravillas. Torito Press, 2019.
                           - OLMOS, Marta (trad.). Alicia en el País de las Maravillas. Fantasmagoría y otros poemas. Un cuento enredado. Edimat Libros, Madrid, 2006.
                                      - Rhyme? and Reason? en Proyecto Gutenberg.






2 comentarios:

  1. Pues me parece una historia súper divertida, interesante y tierna y me apetece mucho leerla.
    No la conocía, pero me ha llamado mucho la atención.
    Y las ilustraciones, aunque ya las había visto (algunas) en el post de A.B. Frost, me parecen sublimes.
    Intentaré buscar la edición que has comentado, sino miraré el enlace que has puesto.
    Gracias por descubrirnos nuevas lecturas.

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    1. La edición que he reseñado, con la traducción de Javier La Orden y las ilustraciones de Frost, creo que está ya descatalogada, pero no debe de ser difícil encontrarla de segunda mano. La de Edimat con la traducción de Marta Olmos es más accesible, y tiene otros textos, pero no ilustraciones. Yo te recomendaría leer alguna traducción en Internet y ver si te gusta tanto como para buscar una de las dos ediciones.

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