El poema consiste en el diálogo entre un hombre de mediana edad llamado Tibbets y un fantasmilla al que encuentra en su estudio en una noche fría. El ser sobrenatural, cabezón, resfriado y poco imponente, le anuncia con solemnidad que ha recibido el encargo de rondar su casa. Demasiado pequeño como para causar ningún miedo, pero decidido a quedarse allí, el fantasma se dedica a explicar a Tibbets la jerarquía y las costumbres del mundo de los espectros, así como su entorno familiar y su formación como merodeador, al tiempo que le gorronea comida y licores. Aunque al principio lo acoge con simpatía, su involuntario anfitrión no tarda en encontrarlo cargante. Soporta con resignación su discurso, sus quejas sobre los platos que está consumiendo, y hasta sus agresiones (el fantasma lo deja inconsciente arrojándole una botella a la cabeza). En un momento dado, sin embargo, se revela que ha habido una confusión y que la casa que debe ir a rondar es la de otro hombre, llamado Tibbs. Tras echarle la culpa del malentendido, y viendo que el día comienza a clarear, el fantasmilla se despide de Tibbets y desaparece. Tibbets se muestra confuso y hasta se siente algo celoso del tal Tibbs; se toma unas copas, llora un buen rato y se va a la cama. A pesar de lo fastidioso que se había mostrado el pequeño espíritu, acaba echándolo de menos.
Los siete cantos, en la traducción del año 2000 de Javier La Orden Trimollet a la que nos referiremos a partir de ahora, son los siguientes: “El encuentro”, “Sus cinco reglas”, “Escaramuzas”, “Su crianza”, “Altercados”, “Desconcierto” y “Triste recuerdo”. Nótese que la palabra “canto” se empleaba para distinguir las partes en los poemas extensos y graves, como la Divina Comedia de Dante Alighieri, La Reina Hada de Edmund Spencer o El peregrinaje de Childe Harold de Lord Byron. Carroll lo emplea a propósito para un poema humorístico y considerablemente más corto que las obras épicas citadas.
El narrador se compadece de su pequeño tamaño y su aspecto inofensivo, y le invita amistosamente a hablarle y explicarle su presencia. El fantasmita coge confianza y le cuenta que hasta entonces ya había tenido un rondador en su casa, del que por lo visto no se había percatado, pero que la plaza había quedado vacante, y él acaba de llegar a ocuparla. Le explica el orden en que se asignan las tareas a los distintos tipos de espectros, y declara estar tan emocionado por haber sido enviado por primera vez a una casa, que ha olvidado las “cinco sabias reglas de etiqueta” de los fantasmas.
El narrador se siente un poco ofendido de que hayan enviado a un fantasma
con pinta de crío a rondar a un caballero de su edad, pero aun así lo trata
con simpatía y le ofrece comida para que se le pasen los nervios. El fantasma le
agradece su hospitalidad y se dispone a hablarle del citado protocolo.
Regla dos: el fantasma también debe encender un fuego azul o rojo, y arañar las puertas, cosa que el fantasma protagonista ha olvidado hacer esa noche. El narrador le interrumpe para hacerle saber que poco durará en su casa como se atreva a encender fuegos por ahí.
Regla tres: el fantasma debe
proteger los intereses de su víctima, tratarla con el mayor respeto y cortesía,
y no llevarle la contraria; le cabe esperar una consideración recíproca. El
narrador comenta que esa regla debería aplicarse a todo el mundo, y no solamente
a los seres espectrales.
Regla cuatro: el fantasma
debe evitar entrar en casas donde haya otros fantasmas asignados. Salvo que obtenga perdón del rey, el castigo
por infringir esta norma es ser descuartizado, lo que verdaderamente no es grave,
ya que cuando un fantasma es despedazado, enseguida se vuelve a recomponer, en
un proceso que “apenas duele”.
Regla cinco: el fantasma
debe dirigirse al rey llamándolo “Señor” y “Su Blanqueza Real”.
Tanto parloteo le está
secando la garganta al fantasma, que sin ninguna ceremonia le pide a su
anfitrión un vaso de cerveza.
Canto 3. Escaramuzas.
El
fantasma hace una relación de los diferentes tipos de criaturas sobrenaturales:
espectros, elfos, duendes, goblins, trasgos, y muchas más, y le habla del
Inspector Kobold, de la categoría de los espectros, que frecuenta las tabernas
por ser muy aficionado al vino de Oporto, y por eso se le llama inn-spectre
(Javier La Orden ingeniosamente adapta el chiste diciendo que Kobold frecuenta
las pastelerías, y por eso lo llaman inspectorrija).
El fantasma habla a continuación de su familia y su formación. Su padre era un duende doméstico y su madre un hada, y sus muchos hijos fueron de categorías diferentes. Entre los numerosos hermanos del fantasma protagonista hay un pixie, una banshee, dos trolls, un elfo, un poltergeist, un doble (lo que nosotros llamaríamos doppleganger) y un leprechaun, entre varios otros tipos de criaturas. Ya que Carroll toma todos estos nombres de diferentes mitologías como la celta o la escandinava, Javier La Orden los adapta cogiendo criaturas folklóricas de varias regiones de España. Los denominados específicamente “espectros” son considerados la aristocracia de las criaturas fantasmales, y el protagonista declara tener cierta envidia de ellos.
El fantasma sigue hablando de los usos y costumbres de sus congéneres, del modo en que llevan a cabo su preparación como rondadores, y de lo mucho que se gastan en cadenas, ropajes, materiales para encender fuegos y luces, y demás parafernalia propia de su oficio (“Y es que hacer el fantasma sin desdoro/ requiere tanto equipo y tantos trastos/ que hay que nadar en oro”).
Canto 5. Altercados.
Tibbets le pregunta al
fantasma si alguna vez consultan a las víctimas acerca de sus preferencias
respecto al ente que les van a asignar. El fantasma responde que nunca lo hacen,
ya que no terminarían si tuvieran que satisfacer los requisitos de todas sus víctimas.
El narrador comenta que a un caballero de su edad bien podría permitírsele elegir,
pero el fantasma replica que no puede haber excepciones.
El fantasma se calma un poco, admite que su
anfitrión está en lo cierto, y le estrecha la mano, agradeciéndole la
hospitalidad que le ha brindado. Antes de marcharse con las primeras luces del
amanecer, le recomienda a Tibbets que no dude en buscar un palo grueso y fuerte
y sacudirle un bastonazo al espíritu que venga tras él, si le resulta molesto.
Canto 7. Triste recuerdo.
Pues me parece una historia súper divertida, interesante y tierna y me apetece mucho leerla.
ResponderEliminarNo la conocía, pero me ha llamado mucho la atención.
Y las ilustraciones, aunque ya las había visto (algunas) en el post de A.B. Frost, me parecen sublimes.
Intentaré buscar la edición que has comentado, sino miraré el enlace que has puesto.
Gracias por descubrirnos nuevas lecturas.
La edición que he reseñado, con la traducción de Javier La Orden y las ilustraciones de Frost, creo que está ya descatalogada, pero no debe de ser difícil encontrarla de segunda mano. La de Edimat con la traducción de Marta Olmos es más accesible, y tiene otros textos, pero no ilustraciones. Yo te recomendaría leer alguna traducción en Internet y ver si te gusta tanto como para buscar una de las dos ediciones.
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