Primera parte. Las mujeres del País de las Maravillas.
Como cualquier personaje literario femenino medianamente popular, Alicia ha sido objeto de análisis por la crítica feminista desde la segunda mitad del s. XX, con opiniones y conclusiones contradictorias. Críticos como Nina Auerbach y U. C. Knoepflmacher han sostenido la interpretación de Alicia como una heroína independiente, rebelde, que contesta a los adultos y planta cara a la autoridad cuando observa injusticias. Sin embargo, otros como Carina Garland o Brittany O'Sullivan consideran que Alicia es una niña dócil y sumisa, carente de voluntad propia, que es utilizada por los personajes habitantes del País de las Maravillas, y, de manera metaliteraria, por el propio autor, que trasladó al personaje su obsesión por Alice Liddell.
Teniendo en cuenta el contexto en el que se forjó el primer libro de Alicia, no resulta nada sorprendente que el personaje principal sea una niña. La literatura infantil de la época era bastante equitativa al respecto: así, obras contemporáneas estaban protagonizadas por niñas (El reloj de cuco, de Mary Louisa Molesworth; La princesa y el duende, de George McDonald; o La condesa Kate de Charlotte Yonge) y por niños (Los días de colegio de Tom Brown, de Thomas Hugues; La historia del pequeño Henry y su mensajero, de Mary Martha Sherwood; o Los niños del agua, de Charles Kingsley). Sin embargo, Alicia se diferencia de los héroes y heroínas de su época en que afronta su aventura sola. Tanto en el País de las Maravillas como en el Mundo del Espejo, Alicia encuentra los más variados personajes y pasa un rato más o menos largo con ellos; algunos la ayudan, otros la confunden, otros la asustan, y otros la acompañan parte del camino, pero ninguno se une a ella hasta el final de su viaje. En los demás libros, el niño o la niña pueden empezar su historia en solitario, pero no tardan en verse acompañados por otros niños, adultos, o animales y seres fantásticos. Alicia es una de las pocas, si no la única, que no establece relaciones duraderas en los mundos que visita, y ha de valerse por sí misma ante vacilaciones, peligros, y su propia soledad.
Otro aspecto interesante para la crítica feminista es que las tres únicas mujeres del País de las Maravillas (aparte de los animales hembra como la Paloma) están retratadas de manera muy negativa. Alicia conoce a la Cocinera, la Duquesa y la Reina de Corazones, las cuales constituyen en todo momento unos modelos lamentables de mujer adulta. Dedicaremos esta primera entrada a analizar estos tres personajes.
Tenniel solo dibujó a la cocinera de perfil y muy tapada con la cofia.
En su primera aparición, la Cocinera se muestra violenta, hasta peligrosa; satura la sopa de pimienta haciéndola incomestible, y arroja todo tipo de piezas de vajilla contra la dueña de la casa, la Duquesa, pero sin preocuparse verdaderamente por si alcanzan al gato, al bebé o a la visitante. Más tarde, en el juicio, le dice bruscamente al rey que no piensa dar testimonio, y segundos después se marcha sin que nadie le indique que puede retirarse. No obedece normas ni muestra ningún respeto por la autoridad: ni por la dueña de la casa en la que trabaja, ni por el mismísimo rey. Desde un punto de vista contemporáneo al autor, la Cocinera no asume su posición en la sociedad, una falta muy grave, especialmente tratándose de una mujer de clase inferior que trabaja al servicio de la nobleza.
La Duquesa produce antipatía desde el principio, por el modo seco y cortante con el que se dirige a Alicia, por no imponer ningún orden en el caos que provoca su cocinera, y sobre todo por el maltrato físico y verbal al que somete a su bebé, al que sacude y zarandea mientras le canta una peculiar nana en la que, precisamente, defiende el “gritar y zurrar” a los niños. En el final de su primera intervención, le pone bruscamente a Alicia el bebé en brazos, porque va a arreglarse para la partida de croquet a la que le ha invitado la reina. Una mujer que insulta y maltrata a su indefenso bebé y a continuación lo deja en manos de un completo desconocido para irse a una fiesta constituye una cruel parodia del ideal de la madre “de cuento”: dulce, cariñosa, abnegada, y entregada por completo al bienestar de sus hijos. Ideal de madre que, por otra parte, no tenía mucho que ver con la realidad social victoriana.
"La Duquesa era muy fea".
En su segunda aparición, la Duquesa ha cambiado su actitud hacia Alicia, a la que trata con una amabilidad empalagosa, imponiéndole su compañía y apropiándose de su espacio personal: Alicia lamenta para sus adentros que la Duquesa tenga la estatura justa para apoyar en su hombro su puntiaguda barbilla, y que pretenda pasarle un brazo por la cintura. Alicia atribuye este cambio de humor a que ya no está respirando el aire cargado de pimienta de su cocina; sin embargo, hemos sabido antes, por medio del Conejo Blanco, que la Duquesa estaba condenada por nada menos que darle un bofetón a la Reina. Es más lógico suponer que su nuevo comportamiento melifluo y protector se debe a un intento desesperado de congraciarse con la monarca, o de ganar aliados. La Duquesa desaparece en cuestión de segundos cuando la Reina la conmina a elegir entre su cabeza y su presencia, dejándonos con una imagen bastante lastimosa de su persona: también falta al respeto a la autoridad (y no solamente con palabras, como la Cocinera) y actúa cobardemente cuando su arrogancia y agresividad la meten en problemas serios.
La cara roja no es un error de rotulación.
La Reina de Corazones, en fin, es el ejemplo más claro de deshumanización al que Carroll somete a las mujeres del libro. Él mismo la definió como “encarnación de una pasión ingobernable, una Furia ciega y sin objetivo”. Es cruel, tiránica, impaciente e irritable; ordena ejecuciones por motivos nimios, grita, amenaza y aterroriza a cuantos la rodean. Sus súbditos la temen, como los Soldados-Carta que son conscientes de lo que les espera por haber plantado un rosal del color equivocado, o el Sombrerero que va al juicio tembloroso y suplicante; o la desprecian, como la Duquesa que le sacude un bofetón, o la Cocinera que se niega a declarar y se marcha cuando le parece. A Alicia le provoca diferentes emociones: al principio se siente impresionada al estar ante una verdadera reina, pero enseguida piensa que al fin y al cabo solamente reina sobre una baraja de cartas y le contesta de modo insolente; luego la critica ante el Gato de Cheshire, pero disimula para no incurrir en su ira; y solo cuando crece en tamaño durante el juicio vuelve a enfrentarse a ella. La Reina no se relaja, no concede un momento de calma o amabilidad, e incluso cuando su consorte le pregunta: “Tú nunca tienes arrebatos, ¿verdad, querida?”, su respuesta es “¡Nunca!”... al tiempo que le arroja un tintero a uno de los miembros del jurado.
Tras comprobar que las tres mujeres adultas que Alicia encuentra en el País de las Maravillas son personajes muy negativos (como también lo es la Paloma, que asume que Alicia es una serpiente y se niega a atender a razones; o incluso la invisible Mary Ann, la criada del Conejo Blanco que está ausente de sus obligaciones), cabe preguntarse por qué el autor lo quiso así. Durante muchos años, diferentes críticos han mantenido la opinión - generalmente obsoleta en la actualidad - de que Lewis Carroll era un misógino que sentía repugnancia ante las mujeres adultas; de ahí que cultivara sus amistades solamente entre niñas pequeñas, perdiendo el interés en ellas cuando entraban en la adolescencia. El describir a las tres féminas de su primer libro como crueles, violentas, autoritarias, desobedientes o malas madres reflejaría su opinión “real” sobre las mujeres, y aumentaría el contraste con la inocencia y dulzura de Alicia. Sin embargo, la crítica de finales del s. XX ha desbancado casi por completo esta teoría, ya que sobreviven numerosos testimonios de mujeres con las que Carroll compartía una franca amistad, y los de muchas de sus amigas- niñas que igualmente mantuvieron un contacto amistoso y entrañable con él después de entrar en la edad adulta. Algunos biógrafos sugieren igualmente que el autor habría deseado contraer matrimonio y formar su propia familia, pero que renunció a ello debido a motivos económicos: el casarse le habría obligado a dejar Oxford y establecerse en su propia parroquia, y el sueldo que habría necesitado para mantener a una esposa e hijos ya no le permitiría sostener a sus numerosas hermanas solteras.
Debemos tener en cuenta, por otra parte, que Alicia no tiene amigos en el País de las Maravillas. La mayoría de las criaturas que encuentra no le causan daño pero tampoco le ofrecen amistad ni compañía, o no le resultan tan simpáticas como para permanecer mucho tiempo con ellas. La Oruga es la única que le proporciona alguna ayuda, al indicarle los trozos de hongo con los que puede aumentar o reducir su tamaño; y el Gato de Cheshire es a su vez el único que Alicia considera suficientemente tolerable como para buscar su conversación en medio del disparatado juego de croquet (“Es el Gato de Cheshire; ahora tendré con quién charlar”). Las tres mujeres no parecen ser una excepción, en tanto que Alicia no disfruta de su compañía ni se alegra de estar con ellas: incluso cuando la Duquesa lleva a Alicia a dar un paseo y se muestra de acuerdo con todo lo que dice, la niña la encuentra desagradable y cargante, y la acompaña solo por educación. Alicia identifica a la Duquesa y la Reina con la autoridad, y por lo general se muestra educada con ellas, aunque piense para sus adentros que no son dignas de que se las respete. En ese sentido, como comentaremos en otro artículo, la actitud de Alicia es una mezcla de sumisión y rebeldía, ya que le han enseñado a callar, sonreír y hacer cortesías ante sus mayores, pero tiene sus propias opiniones sobre ellos.
Cabe destacar, por último, que también son muy pocas las mujeres “del mundo real” a las que se alude en el libro. Al principio y al final aparece la hermana mayor, y durante su sueño, Alicia se acuerda en momentos puntuales de su niñera y de unas supuestas compañeras de clase llamadas Ada y Mabel; en muchas ocasiones, recuerda o menciona su gata Dinah. Pero en ningún momento, ni siquiera cuando llora y se siente más sola y angustiada, Alicia piensa en su madre, lo que los críticos han visto como una muestra de la antipatía que Carroll sentía por señora Liddell. No es extraño, sin embargo, que Alicia piense en las lecciones de su aya antes que en su madre: como niñas pertenecientes a una clase media-alta, e hijas de un clérigo, lo habitual era que Alice Liddell y sus hermanas pasaran más tiempo con niñeras e institutrices que su propia madre (la cual a su vez tenía la obligación de gobernar la casa y apoyar las tareas de su marido relacionadas con la Iglesia y la parroquia, más que la de educar a su descendencia). Puede que la ausencia de una figura materna para la protagonista, en un mundo en que todas las mujeres son tremendamente antipáticas, sea uno de los rasgos más realistas que aparecen en el absurdo País de las Maravillas.
En próximas entradas nos centraremos en el personaje de Alicia y en los atributos feministas – o no – que puedan encontrarse en ella.
Fuentes:
AUERBACH, Nina. “Alice and Wonderland: a Curious Child”. Universidad de Pennsylvania, 1973.
CARROLL, Lewis. “Alice on the Stage”, en The Theatre, 1887.
COHEN, Morton N. Lewis Carroll: A Biography, Random House, Nueva York, 1995.
LEACH, Karolike. In the Shadow of the Dreamchild, Peter Owen Publishers, Londres, 2015.
O'SULLIVAN, Britanny. “Sex and Food: Alice’s Sexual Development through Consumption”, en Theocrit: The Online Journal of Undergraduate Literary Theory and Criticism, octubre de 2009.
Wikimedia Commons.