19 de julio de 2023
16 de julio de 2023
Descanse en paz, Francisco Ibáñez
Fotografía de Mané Espinosa para La Vanguardia.
Siendo este un blog dedicado en exclusiva a Lewis Carroll, tengo por norma no incluir artículos sobre temas no relacionados con él, por mucho que me interesen o incluso me apasionen. He decidido, sin embargo, que si hay un solo autor que merezca una excepción a esa norma, ha de ser el historietista español Francisco Ibáñez Talavera, fallecido ayer, 15 de julio de 2023, a la edad de 87 años.
Y la razón por la que debo rendir un homenaje a Ibáñez en mi blog, aunque no recuerde ninguna de sus viñetas en que se refiera a las obras de Carroll, es porque antes de que yo leyera por primera vez Alicia en el País de las Maravillas, a los siete años y medio, ya había devorado cientos y cientos de páginas de Mortadelo y Filemón, El botones Sacarino, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, y 13, Rue del Percebe. Antes de que viera la serie de Nippon Animation, o la versión de Walt Disney, ya había visto hasta aprenderme de memoria, grabados en cintas VHS, los veintitrés episodios de la serie de Mortadelo y Filemón de Estudios Vara, más el especial, ¡y qué especial!, El armario del tiempo. Y del mismo modo, antes de aprender las "palabras difíciles" del poema "Jabberwocky" (y otras menos difíciles, pero que a los siete años son poco usuales, como "lacayo con librea"), ya había aprendido otras muchas que no aparecían en los textos de mis libros escolares, pero simplemente estaban en las páginas de Ibáñez, como "infiltración", "cabotaje", "autodestruirse", "órbita", "microfilm", "sulfato atómico", o "lepidóptero estrábico".
Sonaría exagerado, efectista, y producto de la tristeza del momento, decir que Francisco Ibáñez me enseñó a leer. Pero, en gran parte, así fue. No a la acción básica de leer, mirando letras en un papel, formando palabras y pronunciándolas; para eso estaban, como debe ser, los padres, los hermanos mayores, las maestras de la escuela, los libros infantiles. Pero los tebeos en general - y los de Ibáñez en particular, porque eran de los que más había en casa - me enseñaron los títulos con rimas divertidas, los juegos de palabras, los insultos creativos (nunca obscenos ni malsonantes), los calambures y las anfibologías (mucho antes de saber que había un nombre técnico para el Bar Budo), los poemas satíricos, las réplicas ingeniosas... Por no hablar de cómo también me enseñó a observar con atención y descubrir detalles, merced a la infinidad de chistes visuales que colaba en cada rincón de sus viñetas, o de cómo aprendí a reconocer políticos del momento y personajes históricos cuando los veía en televisión, porque antes los había visto caricaturizados en sus tebeos. Su influencia fue mucho mayor que un montón de carcajadas - las cuales, si atendemos a sus declaraciones en entrevistas, eran su objetivo principal - y de esas, igualmente, nunca faltaron.
Junto con uno de mis hermanos, tuve la oportunidad y el honor de conocer a Francisco Ibáñez en 2002, en la presentación de su álbum de Mortadelo y Filemón ¡Misión Triunfo!. En aquella ocasión le di uno de los dibujos de sus personajes que había hecho con siete u ocho años, el cual, aunque quedara prontamente olvidado entre los cientos de cartas y dibujos de admiradores que recibió aquel día - y a lo largo de su tan provechosa vida - por lo menos le provocó una sonrisa.
Como he comentado al principio, este blog no es el lugar más adecuado para rendir tributo a Ibáñez; otros muchos medios están realizando más extensos y justos homenajes. El mío, aparte de este artículo que no pasa de ser una pequeña mención, será seguir haciendo lo que he hecho desde pequeña: leer sus tebeos y pasarlo en grande.
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