Něco z Alenky (literalmente, "Algo de Alicia") es una adaptación de Alicia en el País de las Maravillas, de imagen real y animación en volumen, del director checo Jan Švankmajer. Estrenado en 1988 en Nueva York, fue el primer largometraje del autor tras una larga lista de cortos de dibujos animados y animación de recortables, plastilina y marionetas. Tiene una duración de 86 minutos.
Jan Švankmajer, de ascendencia bohemio-germánica, nació en Praga en 1934. En su infancia, recibió un regalo de Navidad que definiría su vocación para siempre: un teatrillo de marionetas. Estudió en la Universidad de Artes Aplicadas de Praga, y más tarde en el Departamento de Títeres de la Academia de las Artes Escénicas de Praga. Uno de sus primeros trabajos en animación fue su colaboración en la película de marionetas Johanes doktor Faust dirigida por Emil Radok en 1958. En el mismo año comenzó a trabajar en el teatro Semafor de Praga, donde fundó el Teatro de Máscaras, y posteriormente pasó al teatro Laterna Magika, donde volvería a colaborar con Radok.
Fotograma de El último truco.
Su primer cortometraje fue El último truco del Sr. Schwarzewalde y el Sr. Edgar (Poslední trik pana Schwarzewaldea a pana Edgara), estrenado en 1964. Su estilo fue evolucionando del manierismo al surrealismo, siendo su primera obra dentro de esta corriente El jardín (Zahrada), de 1968; no tardaría en definirse a sí mismo como surrealista y unirse al Grupo Surrealista Checoslovaco en 1970. En esta época fue el principal editor de la publicación surrealista Anagolon. Durante la "normalización" (nombre que recibe el período que siguió al Pacto de Varsovia de 1968, hasta la liberación e independización de las naciones soviéticas que comenzó en 1987), el trabajo de Švankmajer fue vigilado y reprimido por las autoridades comunistas; de hecho, se le prohibió filmar películas entre 1973 y 1979. Esto hizo que fuera completamente desconocido fuera de su país hasta los años 80, en que cortos como Dimensiones del diálogo (Možnosti dialogu, 1980) o El pozo, el péndulo y la esperanza (Kyvadlo, jáma a naděje, 1983) comenzaron a llamar la atención de críticos y cineastas en Europa y Estados Unidos. En 1983, con Jaromír Kallista, fundó una compañía de cine independiente que en 1992 sería conocida como Athanor Ltd.
En 1988, Něco z Alenky (estrenada simplemente como Alice) le valió el reconocimiento y el aplauso internacional; animadores de prestigio como los hermanos Quay y Terry Gilliam han expresado la influencia de esta película en su propia obra, y su admiración por el trabajo de Švankmajer.
Jan Švankmajer y Terry Gilliam en la Escuela de Cine de Verano,
en Uherské Hradiště (República Checa, 2009).
En la actualidad, el director checo es reconocido por crear en sus obras un mundo único, sombrío e inquietante, propio de pesadillas, usando objetos cotidianos pero siniestros, como cráneos y huesos, animales disecados, muñecas y bebés de juguete, y artículos punzantes como imperdibles, agujas, clavos, chinchetas... Ha adaptado textos de Lewis Carroll, Edgar Allan Poe, Christopher Marlowe, Horace Walpole, y los escritores checos Karel y Josef Čapek, además de cuentos folclóricos de su país. Aparte de Alice, su largometraje más celebrado es El pequeño Otik (Otesánek, 2000), sobre una pareja sin hijos que "adopta" una raíz con una forma que recuerda vagamente la de un niño, la cual cobra vida y comienza a devorar todo lo que encuentra. Su obra más reciente, y que por sus propias declaraciones es la última, es Insectos (Hmyz, 2018).
Jan Švankmajer con el pequeño Otik.
Švankmajer trabaja con frecuencia en artes plásticas como la cerámica, los grabados y los collages. En sus obras combina las marionetas de mano o de varilla con actores reales y varios tipos de animación (de plastilina, recortables y stop-motion). Con su esposa, Eva Švankmajerová, pintora surrealista que colaboró en Alice y El pequeño Otik, adquirió un castillo del siglo XVIII, situado en Horní Staňkov, y creó en él un museo de curiosidades, en el que exhibe las figuras y marionetas usadas en sus películas, y grotescas criaturas formadas por huesos, cráneos y conchas de animales dispares. Los hermanos Quay rodaron un cortometraje documental sobre tan fascinante espacio en 1984.
Una de las curiosidades del gabinete de Jan Švankmajer.
Su particular y personalísima versión de Alicia está protagonizada por una única actriz, Kristýna Kohoutová, que interpreta a Alicia y hace las voces de todos los demás personajes, sean recortables o marionetas. Aparte de ella, solo se pueden contar como personajes de imagen real a la hermana mayor de Alicia, que aparece en la secuencia inicial, pero no habla, no se ve su rostro en ningún momento, y no está acreditada en la película; y los animales vivos que aparecen en algunos momentos. Kristýna Kohoutová, que tenía siete años en el momento del rodaje, solo parece tener en su haber el papel de Alicia: no consta que tuviera una experiencia previa como actriz infantil, o que continuara trabajando en el cine tras la película de Švankmajer. Sin embargo, es una Alicia perfecta: tiene la edad adecuada para el papel, y el talento y la madurez suficientes para interpretarlo.
La película empieza de una manera totalmente convencional, con la imagen de un pequeño arroyo en el que empiezan a a caer guijarros. Alicia se encuentra sentada en la orilla junto a su hermana (que está leyendo un libro, y cuyo rostro no llega a verse) y se entretiene tirando piedrecitas al agua. Cuando se le acaban, se sacude la tierra de la falda, y curiosea en las páginas del libro de su hermana... quien le golpea la mano para que se esté quieta. Alicia retira la mano sin quejarse y vuelve a una postura inmóvil, mirando fijamente a la cámara.
Los créditos comienzan a mostrarse en gruesas letras blancas de molde sobre un fondo completamente negro, alternándose con un primer plano de los labios de la niña recitando una especie de presentación, al tiempo que se oye una suave música de piano que será la única banda sonora de toda la película.
"Alicia pensó para sí misma:
Vamos a ver una película.
Para niños...
quizá.
Pero no olvides
que debes
cerrar los ojos.
Porque de otra manera
no verás nada."
La siguiente escena transcurre en la habitación de Alicia, que está llena de cadáveres y despojos: la cámara pasa por moscas muertas en el antepecho de la ventana, mariposas y escarabajos clavados en paneles, huesos y cráneos de pequeños mamíferos, conchas y plumas, corazones de manzana y flores secas. Muñecas con ojos de cristal y títeres de cachiporra descoloridos rodean a la niña, que repite su pasatiempo anterior cogiendo piedrecitas de la falda de una de las muñecas y lanzándolas dentro de una taza de té.
El mecanismo de un reloj suena demasiado alto durante todo este tiempo. Alicia al final se aburre, se tumba en el suelo y fija la vista en la lámpara, hasta que un ruido llama su atención. Se incorpora para ver a un conejo blanco... disecado, que está arrancando sus propias patas de los hierros que lo sujetan a la vitrina.
El Conejo logra liberarse las patas, saca algo de ropa de un doble fondo de la urna donde está expuesto y, tras vestirse, rompe con unas tijeras el cristal de la vitrina y se libera. Pronto se percata de que está perdiendo su relleno de serrín por el tajo en el abdomen a través del cual, en su día, el taxidermista le sacó los intestinos. El intentar cerrar esa costura y rellenarse de serrín siempre que tiene ocasión - y asimismo, guardar su reloj en el hueco de su propio vientre - será un motivo recurrente en la película.
"¡Cielos, cielos, voy a llegar tarde!", exclama el Conejo a través de Alicia. Y echa a correr por un terreno desolado, cubierto de costras de tierra, que de repente está conectado con la habitación de la niña. Al ver que el Conejo se mete en un escritorio que está en medio del desierto, Alicia lo sigue sin pensarlo. Cuando ella llega al escritorio, abre el cajón y tantea el interior, pinchándose un dedo con un compás viejo y oxidado. La niña se queja, pero no se arredra: se lame la sangre del dedo, se asoma al cajón y se mete sin más. Comienza así un alucinado viaje a un lugar que está más cerca de la demencia que de las maravillas.
Todo lo que encuentra Alicia a partir de entonces es amenazador. Continuamente corre peligro, se cae, se golpea: una "broma" recurrente es que cada vez que intenta abrir un cajón se queda con el tirador en la mano, y la mayoría de las veces el impulso al querer abrirlo hace que se caiga de espaldas.
La propia Alicia es mucho menos prudente que la observadora niña de Carroll: ella no tiene ningún reparo en comer y beber cosas que claramente no están destinadas a su consumo, como serrín o tinta. Además, incluso lo que en apariencia es comestible oculta peligros escalofriantes. Mientras Alicia "cae" por la madriguera (va bajando con un ascensor, que resuena de modo ominoso cada vez que desciende un piso) ve las estanterías con tarros de conservas, pero cuando coge el de mermelada de naranja, lo abre y saca una poca con la punta del dedo, comprueba que hay chinchetas entre la mermelada. Estos primeros encuentros con "comida" potencialmente mortal no son más que predecesores de la dantesca escena de la despensa, pero a Alicia aún le quedan muchos horrores antes de llegar a ella.
Como en el libro, Alicia cae en un gran montón de hojas sin hacerse daño. Las hojas son rápidamente absorbidas por el cajón de un escritorio, y la niña no tarda en advertir que está atrapada en una habitación pequeña y claustrofóbica, con solo el escritorio, y una puerta que no puede abrirse. La puerta tiene una puertecita más pequeña, la llave está en el cajón del escritorio, y el Conejo está al otro lado, pero Alicia siempre es demasiado grande para pasar.
Alicia se reduce al beber de una botella de tinta (convirtiéndose en una muñeca de porcelana), y luego crece al comer una galleta que cae del cajón. Cuando ve que no puede pasar por la puertecita, llora tanto que el agua supera las tres cuartas partes de la altura de la habitación. Es la única versión de Alicia en que parece que la niña se va a ahogar de verdad, incluso cuando todavía es grande.
La narrativa se aleja del texto de Carroll para presentar situaciones igualmente surrealistas. Mientras Alicia nada de un lado al otro del cuarto, llega nadando el Ratón, que aparentemente confunde la cabeza de la niña con un islote. Sube por su cabello arrastrando tras de sí un baúl, clava a martillazos unas estacas en la cabeza de Alicia, y enciende un fuego sobre el que coloca una olla, en la que va vaciando latas.
Tras aguantar con una paciencia inusual que hayan prendido fuego en su cabeza, Alicia murmura "Creo que esto ya es demasiado" y se sumerge en el agua, desbaratando el campamento del Ratón, que se marcha a nado, desconcertado con el hundimiento del islote. Al poco, el Conejo llega en barca, con un plato de galletitas. Huye al ver a Alicia, que solo intenta pedirle ayuda, y la bandeja se acerca flotando hasta la niña, que coge una de las galletas, se la come y vuelve a convertirse en muñeca. Con un gran esfuerzo, la pequeña Alicia logra alcanzar la llave y abrir finalmente la puerta grande; el agua sale a presión hacia un río, y Alicia llega, exhausta, a la orilla, donde también desembarca el Conejo. Este la confunde con su criada Mary Ann y la manda a su casa... a por unas nuevas tijeras, que ha perdido en el agua.
Siguiendo humildemente sus órdenes, la Alicia-muñeca entra en una delirante construcción de bloques de madera, montada sobre una mesa de tamaño normal, a la que se accede mediante escaleras y rejas con clavos salientes por todas partes. No tarda en encontrar un nuevo par de tijeras para el Conejo - que tiene un cajón lleno de ellas -, pero no resiste la tentación de beber otra vez de un tintero. Esto hace que recupere su forma humana y su tamaño normal, y se quede atascada en la casita.
El Conejo se impacienta y va a buscarla; para no enfrentarse a él, Alicia bloquea con los muebles la puerta de entrada al cuartito donde está. Tras varios golpes, cortes y caídas, el Conejo, frustrado, sale al jardín e intenta serrar el brazo de Alicia que asoma por una ventana, pero tampoco consigue nada. Llama entonces a unos amigos animales, seres terroríficos compuestos de cráneos, huesos y raspas con ojos saltones, ataviados con gorros rojos de duendecillo, que difícilmente recuerdan a criaturas reales.
El lagarto Bill intenta colarse por la chimenea, con las consecuencias que todos conocemos, pero mucho más severas: su cuerpo revienta al estrellarse contra el suelo. Tras arrojarle a Alicia, furiosos y desesperados, las pequeñas piedras que hay en una carretilla, sus compañeros intentan coserlo de nuevo con el hilo y las tijeras que el Conejo siempre tiene a mano. Mientras tanto, los guijarros que han caído al interior de la casa se han convertido en pastelitos, y al comerse uno, Alicia vuelve a convertirse en muñeca.
Intenta escapar de la casa sin ser vista mientras el Conejo y sus amigos están alimentando a Bill con el serrín que ha caído de su propio cuerpo, pero la descubren y la persiguen.
Acorralada, Alicia cae en una olla llena de una pócima lechosa. Por unos momentos no sale a la superficie, pero súbitamente - entendemos que al tragar algo de ese líquido - vuelve a su tamaño normal, pero atrapada en el cuerpo de la muñeca. Los animales la atan por los pies y, mediante unas aves que relinchan y tiran como caballos, la arrastran hasta llevarla tras una puerta que el Conejo cierra con llave.
Alicia logra romper su "cuerpo" de muñeca y escapar de su interior, pero aún tiene que salir de una despensa plagada de horrores. Decide no volver a probar los pastelitos y la tinta que ha ido comiendo hasta ahora, pero las otras opciones parecen poco seguras: un tarro de bombillas, zapatos dentro de garrafas, relojes en salmuera. Y entonces todo comienza a moverse. Los huevos de un cartón eclosionan, y de las cáscaras salen pequeños cráneos sin ojos ni patas que se van correteando. De una barra de pan brotan clavos. Alicia abre una lata de conservas de la que surge un río de cucarachas, y destapa una olla de la que emerge un enorme trozo de carne cruda que se va reptando a esconderse dentro de otra cacerola. Aun así, le queda valor para abrir una lata de sardinas, y encuentra, bien conservada en aceite, la llave que le permite escapar de la despensa.
Se encuentra en el interior de lo que parece una casa de campo dilapidada, con el yeso de las paredes desprendiéndose, las puertas despintadas y astilladas, bombillas desnudas colgando de cables en el techo, y un aspecto general desolador. Se encuentra también con un viejo conocido: el Ratón que acampó en su cabeza tiene el cuello partido por una trampa de resorte.
Alicia observa que, en el pasillo, hay muchos pares de zapatos frente a una puerta cerrada. Llama a la puerta y, al no oír respuesta, se quita ella también los zapatos y entra sigilosamente. El suelo de madera está cuajado de enormes agujeros rodeados de serrín, de los que comienzan a surgir gusanos hechos de calcetines.
Tras una nueva caída al intentar abrir un cajón, la niña se da cuenta de que ha aplastado a dos de esos gusanos, pero logra reanimarlos insuflándoles aire, y regresan rápidamente a sus agujeros. Otro gusano, que tiene ojos y una dentadura humana, se coloca sobre una seta de costura (un accesorio de madera, con dicha forma, que se utiliza para coser parches en calcetines y prendas pequeñas) e interpela a Alicia.
Se trata en realidad de la Oruga, quien, tras decirle a la niña que coja un trozo de cada lado de la seta para crecer o disminuir, comienza a coserse los ojos a sí mismo porque tiene sueño. A Alicia le cuesta un gran esfuerzo arrancar trozos de la seta de madera, y después tiene que vérselas con sus propios calcetines, que deciden imitar a sus congéneres y esconderse en los agujeros del suelo.
La siguiente habitación que visita Alicia contiene una casa en miniatura: rodeada de piezas batería de cocina, y de docenas de trozos de platos y vasos rotos, es la de la Duquesa.
El Lacayo-Pez viene a traer la invitación de la Reina, y se la entrega al Lacayo-Rana. Sus pelucas se enredan y se ponen a moverse por sí mismas; la propia Alicia las separa y las devuelve a sus respectivas cabezas. La confusión del Lacayo-Pez, que se va apresuradamente, es una de las dos únicas cosas en toda la película que harán sonreír a la niña. El Lacayo-Rana comienza a cazar moscas y avispas que rondan por los restos de comida de los platos rotos, y acaba marchándose también. Alicia se asoma a la casa, en la que solo está el Conejo, dándole el biberón al bebé. Alicia lo llama suavemente, pero al verla, el Conejo le tira todo lo que queda en la cocina, incluyendo el bebé, y se va corriendo mientras la niña se ocupa de la criatura. El bebé no tarda en convertirse en un cerdito, y se va por sí solo escaleras abajo, pero sigue gimiendo como un bebé y chillando como un cerdito al mismo tiempo. Alicia va ayudarlo, pero solo lo ve desaparecer tras una puerta...
La Merienda Loca reproduce el proceso eterno y cíclico al que están condenados el Sombrero y la Liebre de un modo aterrador. En una mesa en la que solo hay seis asientos, el Sombrerero cambia de sitio cada pocos minutos, haciendo que la Liebre, que se desplaza en silla de ruedas, vaya tras él, y tras ellos Alicia. El Sombrerero se prueba sombreros, toma el té. La Liebre saca de una tetera un reloj, lo unta de mantequilla, lo cuelga del pecho del Sombrerero. De un sombrero sale el Conejo Blanco, que recoge el reloj y se va. A la Liebre se le queda un ojo colgando de un hilo; el Sombrerero lo pone en su sitio de un tirón, y le da cuerda a la Liebre con la llave que tiene a su espalda. Una y otra vez, el proceso se repite, ante una atónita Alicia que solo cuando se va contempla el punto que cierra y abre el círculo: de la tetera sale el Lirón, que limpia a lametazos las seis tazas antes de volverse a esconder.
Siguiendo nuevamente al Conejo, Alicia se encuentra en un tendedero cubierto con docenas de prendas de ropa en las cuerdas. Se abre camino apartando sábanas y camisas, y oye un entrechocar de espadas. En el jardín de la Reina, los soldados de la baraja han salido de sus cartas y están combatiendo.
A continuación pasan también el Lacayo-Pez, y la procesión real: el Rey y la Reina de Corazones son marionetas de cartón, y el resto de la comitiva la componen cartas de tamaño normal, más otras pequeñitas que representan los Infantes. Los Soldados-Carta prosiguen con su lucha, hasta que la Reina ordena cortarles la cabeza... y es el Conejo Blanco quien lleva a cabo la ejecución, con sus tijeras. Aquí no es el heraldo de la corte, sino el verdugo.
Los Soldados, sin embargo, siguen combatiendo, pese a la incomodidad de haber sido decapitados. La comitiva se aleja, y Alicia la sigue a distancia. En el jardín vuelve a encontrarse con el Sombrerero y la Liebre, que en ahora están jugando a las cartas en vez de tomar el té, y le sube el ojo a la Liebre y le da cuerda para que puedan seguir con su partida. Pero aparece la Reina, y vuelve a dar al Conejo la orden de cortarles la cabeza. El Conejo obedece ante la aterrada mirada de Alicia, y las cabezas del Sombrerero y la Liebre caen al suelo de un tijeretazo. Los cuerpos las recuperan... cambiándoselas sin darse cuenta: ahora el cuerpo del Sombrerero tiene la cabeza de la Liebre, y viceversa, pero pueden seguir jugando.
La Reina le pregunta a Alicia si juega al croquet, y cuando esta, un poco impresionada, le contesta que sí, la invita a jugar con ella. La niña sigue a los personajes reales a otra habitación, donde la Reina le indica que coja un flamenco. Las pelotas son acericos con muchos alfileres clavados. La Reina se sirve también un flamenco, y hace un tiro que atraviesa varias cartas y termina rompiendo un cristal. Alicia se ríe, aunque deja de hacerlo cuando ve que la jugada termina con la decapitación de todas las cartas implicadas.
Se dispone a tirar ella misma, pero, antes de golpear, su flamenco de cartón - y todos los que están en las cartas - se transforma en una gallina viva, y los alfileteros, en gorditos y redondos erizos. Los animales se van correteando y aleteando por el campo de juego. Sin mencionar para nada este suceso, el Conejo se acerca a Alicia y le entrega un cuaderno escolar, con la indicación de que debe aprenderse de memoria su contenido, y se marcha. Alicia sale corriendo tras él, atraviesa los pasillos de la ruinosa casa de campo, y entra en la habitación donde cree que se ha metido. En el interior están los Reyes de Corazones, con sendos cuadernos idénticos al de Alicia, y un platito de galletas.
El Conejo está con ellos, y también el Sombrerero y la Liebre - ya con las cabezas en los cuerpos correspondientes - y otros animales que componen el jurado. Los Reyes acusan a Alicia de haberse comido las tartitas; Alicia asegura que no ha comido nada. El jurado golpea platos y cazuelas ante tan flagrante distorsión de la verdad, y Alicia se corrige: "...o casi nada". El Rey la hace leer una página del cuaderno en que se disculpa, pero la niña dice que no se arrepiente de nada, lo que conlleva una nueva cacerolada y una nueva corrección: "...de casi nada". El Rey le insiste en que diga solo lo que está escrito en el cuaderno; la niña discute con él, y en un momento dado se acerca al plato de galletas y comienza a comérselas a puñados. El Rey le da la razón a la Reina, que llevaba todo el juicio ordenando que le cortaran la cabeza a Alicia, y da la orden él mismo. El Conejo enarbola sus tijeras, Alicia, todavía con la boca llena de galletas, comienza a negar desesperadamente con la cabeza... y se despierta.
La niña se frota los ojos, se incorpora, y recorre con la vista todos los elementos de su habitación que ha visto en el sueño: las cartas, el tintero, el plato de galletas de su merienda, y su propia versión en muñeca. Cuando mira la vitrina del conejo disecado, sigue rota y vacía. Se acerca despacio, mete la mano en el interior, y abre el cajón oculto donde el Conejo guardaba su ropa, y que ahora tiene unas tijeras. Las recoge, y se dice para sí: "Llega tarde, como siempre... Creo que tendré que cortarle la cabeza".
La Alicia de Švankmajer es una película que no puede dejar indiferente. Se considere inquietante, original, aterradora o simplemente rara, no es para nada una adaptación como cualquier otra. El País de las Maravillas que crea el autor checo es fascinante. Irrepetible. Ningún elemento es como se espera en una adaptación de Alicia, ni en el apartado visual, ni en el narrativo, ni en el sonoro. Además de que, como hemos mencionado, no hay actores de doblaje para las marionetas porque Alicia lee todas las intervenciones, tampoco hay música de fondo (excepto una breve secuencia de piano en los créditos de inicio y final), solo efectos de sonido que suenan más alto de lo que deberían. El tictac del reloj, el ruido del ascensor conforme baja, el choque de las tazas de té y los platillos en la mesa del Sombrerero y la Liebre, los pasos, y sobre todo cada golpe, cada caída, cada desgarrón o tijeretazo, se oyen con una claridad perfecta.
Los hilos y las fibras de cartón de las marionetas no son solo visibles, sino que se insiste en su naturaleza de objeto creado por el hombre que no debería tener vida propia, como en el caso de la Liebre, que funciona a cuerda, o de modo estremecedor, en el de los animales disecados, que vuelven a la vida después de haber sido asesinados por entretenimiento, y recogen el serrín que los rellena porque ya no tienen órganos.
Y entre todo esto, lo que posiblemente más llame la atención es que Alicia sufre. Solo llora en la escena del charco de lágrimas, pero continuamente recibe golpes y heridas, desde pinchazos en el dedo hasta estacas clavadas en su cabeza. Al volver a su tamaño tras caer en un cazo mientras huía de los animales hechos de hueso, se queda atrapada en el cuerpo de la muñeca, y sus ojos se mueven de un lado a otro, impotente mientras la atan y la arrastran. Se muestra compasiva con las extrañas criaturas con las que se encuentra (sopla en los calcetines- gusano para devolverlos a la vida, da cuerda a la Liebre, por no mencionar cuánto tiempo soporta que el Ratón cocine sobre su cabeza), y se asusta al ver decapitaciones y abusos. Su curiosidad por hablar con el Conejo, y su voracidad por comer todo lo que encuentra (no vacila en comer serrín, beber tinta, o arrancar y masticar trozos de la seta de la Oruga, aunque claramente son astillas de madera) tienen consecuencias que no la hacen retroceder, pero que tampoco le pasan inadvertidas.
Kristýna Kohoutová es posiblemente la mejor Alicia de todas las versiones de imagen real que nunca se han filmado. Es una niña de la edad de Alicia, que actúa y reacciona como tal, que se adapta a un mundo sobrenatural a pesar de llevarse golpes y pinchazos, y persevera en su curiosidad a pesar de los reveses. No tiene ni la ingenuidad de las actrices infantiles ni la inevitable seriedad de las adultas, sino el punto justo de madurez para interpretar al personaje de una manera tan poco convencional. Habría sido ideal que hubiera protagonizado otra película de Alicia, siguiendo un guion más canónico, y ver qué habría pasado. Personalmente creo que, aunque esta interpretación sea única, también habría podido hacer una Alicia completamente "normal", y la habría hecho muy bien.
La Alicia de Švankmajer, como reconocida película de culto, se publica y reedita con frecuencia, y está al alcance de cualquiera que se atreva con ella. Se ha editado en DVD y Blu-ray (y ediciones dobles), está en varios canales de vídeo de Internet, y existe una versión doblada al inglés, con la voz de la irlandesa Camilla Power como Alicia. Hay que verla. Para juzgar si es una obra de arte, o material de pesadilla - o ambas - , hay que verla.
Fuentes:
Alice, película con subtítulos en español en Youtube.
Athanor, página oficial del estudio de Švankmajer.
ŠVANKMAJER, Jan. Para ver, cierra los ojos, Pepitas de calabaza, Logroño, 2012.