10 de febrero de 2021

Alice Liddell (1852- 1934). Segunda parte.

 

Alice Liddell como la diosa Pomona.
Fotografía de Julia Margaret Cameron, 1872.


Este es un artículo divido en tres partes. En la primera, hablamos sobre la infancia y la adolescencia de Alice, hasta sus dieciocho años; en la segunda, sobre su juventud y madurez; y en la tercera, sobre su ancianidad y los últimos años de su vida. 

 

Segunda parte: La mujer. 

 

En noviembre de 1872, Christ Church recibió con los brazos abiertos a un estudiante de excepción: el príncipe Leopoldo, duque de Albany, octavo hijo y cuarto varón de la reina Victoria y el príncipe Alberto. No era raro que los miembros de la realeza estudiaran en Oxford (el hermano mayor de Leopoldo, que reinaría como Eduardo VII, también había pasado brevemente por sus aulas una década antes), pero Leopoldo, de salud frágil debido a su hemofilia, tuvo que insistir para convencer a su sobreprotectora madre de que le permitiera abandonar la seguridad del palacio. La reina cedió a cambio de restringir las actividades del príncipe en Christ Church, prohibiéndole cualquier tipo de deporte o juego en que pudiera lastimarse. El príncipe se alojó con su tutor, Robinson Duckworth, en la residencia de este, Wykenham House, y se matriculó en varias asignaturas de humanidades. 

 
El príncipe Leopoldo y su tutor Robinson Duckworth.
El perrito probablemente pertenecía al estudio.
Fotografía de Hills & Saunders, circa 1870.

En Christ Church, Leopoldo pronto conoció a los compañeros y amigos de su tutor, y trabó amistad con John Ruskin y Charles Dodgson, y más tarde con Oscar Wilde, que se matriculó en 1874. Además de la casa de su tutor y sus amigos, las salas de clase y la sede del club de ajedrez universitario, el príncipe también pasó mucho tiempo en la casa del deán Liddell, muy frecuentemente invitado a cenas y fiestas.


El príncipe Leopoldo.
Fotografía de Charles Dodgson, 1875.

La familia Liddell no era extraña para la realeza: ya había organizado en las dependencias del deán una recepción para la reina Victoria y el príncipe Alberto en 1860, y otra para la boda del príncipe Eduardo y la princesa Alexandra en 1863. La sra. Liddell, con tres hijas casaderas en ese momento (Lorina, de veintitrés años, Alice, de veinte, y Edith, de dieciocho) supo que aquella era su gran oportunidad para cumplir su sueño de emparentarse con la familia real. Probablemente pensó que, debido a su enfermedad y a sus pocas posibilidades de alcanzar la corona, el príncipe Leopoldo no suscitaría demasiado interés entre las demás casas reales europeas, y tal vez la reina consentiría en un matrimonio con una plebeya. De modo que puso todo su empeño en exhibir ante el príncipe a sus tres hijas disponibles - especialmente a Edith, la más joven y considerada la más hermosa - y buscar ocasiones para que pasaran tiempo juntos y participaran en actividades comunes. 


Alice Liddell como la diosa Alethea.
Fotografía de Julia Margaret Cameron, 1872.



Sus manipulaciones debieron de ser tan explícitas que la cerrada pero jovial sociedad de Oxford, siempre dispuesta a la sátira, no tardó en sacarle punta al asunto. Charles Dodgson, firmando como Carroll, publicó en 1873 un folleto titulado "La visión de las tres Tes", en el que se reproducía un diálogo entre un Pescador, un Cazador y un Profesor. En cierto momento, el Pescador habla de los peces que se pueden pescar en los lagos y afluentes del Támesis que hay en Oxford, y comenta que la carpa dorada (Goldfish) es una presa codiciada no solo por los pescadores, sino también por varias aves como el martín pescador (Kingfisher). La metáfora era tan evidente (el biógrafo Douglas- Fairhurst la llamó "uno de sus lenguajes codificados menos ambiciosos") que pronto todo Oxford comenzó a referirse a la señora Liddell como "la Pescarreyes", y un enfurecido deán hizo prohibir el folleto. Eso no impidió que año siguiente un estudiante publicara una obrilla de teatro satírica en que tres doncellas se jactaban de haber "cazado" a pretendientes de la nobleza y la realeza. 



Con todas las risas que suscitó, el plan de la sra. Liddell parecía funcionar. El príncipe Leopoldo pasaba mucho tiempo con Alice, la más cercana a él en edad; la muchacha tenía el privilegio de acompañarlo a algunas de sus clases - a las jóvenes de buena posición se les permitía acudir como oyentes - y salían a pasear y a remar por el Támesis. Alice recordaría que ella manejaba tan mal los remos que en una ocasión golpeó con uno de ellos al príncipe en la cara y le puso un ojo morado, lo que podría haberlo matado, pero "nunca se ordenó que me cortaran la cabeza". Durante los cuatro años que el príncipe estuvo en Oxford, Alice fue su más constante acompañante femenina, y la sra. Liddell debió de pensar que el asunto ya estaba decidido, por lo que adjudicó a sus otras hijas a otros postores: Lorina se casó en 1874 con William Baille Skene (rico, aunque sin título nobiliario) y Edith se prometió en 1876 con Aubrey Harcourt, sobrino del representante parlamentario de Oxford. 


No obstante, a pesar de las esperanzas de "la Pescarreyes", el príncipe dejó Oxford en 1876, con un doctorado honorario en Derecho Civil, y se fue  viajar por Europa. El último contacto cercano que tuvo con la familia Liddell fue ser uno de los porteadores del féretro de Edith, que falleció de viruela o de peritonitis (las fuentes difieren) pocos meses antes de su boda, en junio de 1876. Desde entonces él y Alice mantuvieron esporádicamente el contacto en algunas cartas; Alice se casó en 1880 y Leopoldo en 1882.  Poco más tarde el príncipe aceptó ser el padrino del segundo hijo de Alice, nacido en 1883, que también se llamaría Leopold. 


Se ha especulado sobre la naturaleza de la relación entre el príncipe y la hija del deán. Hay quien dice que se enamoraron el uno del otro, pero que la reina Victoria le prohibió a su hijo de modo tajante que se uniera a una plebeya; hay quien asegura que Leopoldo realmente amaba a Edith, como la sra. Liddell había orquestado en un principio; otros opinan que solo fueron amigos y nunca hubo un conato de noviazgo por ninguna de las dos partes. No hay testimonios ni pruebas objetivas en ningún sentido, y las únicas cartas que se conservan son la felicitaciones de boda y las relativas al apadrinamiento de Leopold, el hijo de Alice. 


Reginald Hargreaves.
Fotógrafo y año desconocidos.


Perdida cualquier esperanza de emparentarse con la realeza, Alice volvió a buscar un marido que fuera rico aunque no tuviese título, y lo encontró en la acaudalada familia Hargreaves. El primogénito, Reginald Hargreaves, jugador de criquet y antiguo alumno (no de los más brillantes) de Charles Dodgson, conocía a la familia Liddell desde hacía tiempo, y llevó algunas veces a bailar a Alice y a Edith, hasta centrarse en la primera. Tras un año de luto por la muerte de Edith, y un viaje de consuelo al año siguiente, Alice y Reginald se prometieron formalmente, y la petición de mano tuvo lugar en julio de 1880. Se casaron el 15 de septiembre del mismo año, en una ceremonia de la que se hizo eco toda la sociedad de Oxford, en la abadía de Westminster. Aunque se tomaron un breve descanso de la boda en Sussex, aplazaron la luna de miel hasta febrero de 1881, en que realizaron un viaje de ocho semanas por Francia y España. A su regreso, se trasladaron a una enorme mansión llamada Cuffnells en el condado de Hampshire, que poseía la familia Hargreaves. Alice había visitado por primera vez la mansión unas semanas antes de su boda, y le había escrito a su prometido: "Parece que el País de las Maravillas por fin ha encontrado a su Alicia". 


La mansión Cuffnells a principios del s. XX.

Alice disfrutó de una vida lujosa durante su edad adulta: celebraba fiestas y bailes, desempeñaba cargos honoríficos en asociaciones patrocinadas por la alta sociedad británica, y hacía que la servidumbre la llamara "Lady Hargreaves", aunque carecía de título nobiliario. Se conservan algunos testimonios de la aspereza con que trataba a las criadas: en una ocasión riñó severamente a una por no haber abierto las contraventanas, y cuando la mujer le explicó que tenía las manos tan hinchadas por los sabañones que apenas podía mover los dedos, envió a otra criada a comprarle un ungüento, pero le descontó una semana de su sueldo por ello. 

 

Reginald y Alice tuvieron tres hijos: Alan Knyveton (nacido en 1881), Reginald Leopold (nacido en 1883, del que fue padrino el príncipe Leopoldo), y Caryl Liddell (nacido en 1887, cuyo nombre, según siempre aseguró Alice, no estaba inspirado por el de Carroll). Una anécdota cuenta que, en 1886, Carroll escribió a Alice para pedirle que le devolviera temporalmente el manuscrito de Las aventuras de Alicia bajo tierra, con el fin de preparar una edición facsímil. Alice se lo envió, y Carroll le respondió que, cuando el facsímil se publicara, tendría mucho gusto en dedicarle un ejemplar a su hija mayor. 



En 1890, los beneficios del estado de Cuffnells comenzaron a ser insuficientes para mantener la propiedad y el tren de vida de la pareja, con lo que Reginald lo fue vendiendo por partes, hasta quedarse con poco más que la mansión y alguna granja. Solventados estos primeros tropiezos económicos, la familia siguió viviendo sin dificultades, y a pesar de que Reginald pasaba largas temporadas fuera de casa por sus actividades deportivas, Alice parecía muy enamorada de él: "Te amo todavía con un amor tan tierno como el día en que me tomaste para lo bueno y para lo malo", le escribió en 1891, en el undécimo aniversario de su boda. 



La idílica vida de mujer de la alta sociedad de Alice transcurría pacíficamente, solo alterada por la muerte de familiares y amigos: el príncipe Leopoldo murió, a consecuencia de una caída que le provocó hemorragias internas, en 1884; Charles Dodgson y el deán Liddell, con cuatro días de diferencia, en 1898; Lorina Liddell, madre, en 1910; y Harry Liddell, en 1911. Sin embargo, la mayor tragedia de su vida llegaría, como para tantas vidas en Europa, con la Primera Guerra Mundial. Sus tres hijos fueron movilizados, y los dos mayores perdieron la vida en Francia: Alan en 1915 y Reginald hijo en 1916. Reginald y Alice nunca visitaron las tumbas, pero sufragaron casi íntegramente el coste de un memorial que se levantó  en Lyndhurst en 1921 con el nombre de los 69 residentes de la zona que perecieron en la guerra. El diseño mismo del memorial partió de una idea original de Alice, y ella y su marido fueron invitados de honor en la ceremonia de inauguración.



Memorial de los caídos en la Primera Guerra Mundial en Lyndhurst.
Fotografía de Brice Stratford.

A principios de los años veinte, la situación familiar y económica de los Hargreaves seguía deteriorándose. El valor de la tierra se devaluaba y los impuestos aumentaban; cada vez era más caro mantener la propiedad, y más difícil encontrar personal de servicio dispuesto a trabajar en un lugar aislado. Reginald, aunque aún afectuoso con Alice, no se recobró de las muertes de sus hijos, y vivió el resto de sus años arrasado por el dolor. Cuando falleció de una neumonía en 1926, sus allegados coincidieron en que la muerte había sido misericordiosa. Frederick "Eric" Liddell, uno de los hermanos menores de Alice, dijo que Reginald había sido otra baja de guerra. 



Ese mismo año, Alice y Caryl emprendieron un viaje de seis semanas por Italia para distraerse de la pérdida. El gasto no fue muy oportuno. Caryl llevaba una vida frívola en Londres, siempre buscando oportunidades de negocios que nunca prosperaban, y aunque era el heredero directo de Cuffnells, no tenía la menor intención de habitar en la enorme mansión en la que se había criado. Los recursos de la familia se fueron agotando, y Alice cerró todas las habitaciones de la casa, excepto cinco, para ahorrar en mantenimiento. Dos años después, cuando Caryl intentó convencerla de que alquilara Cuffnells, Alice decidió vender en subasta el manuscrito de Las aventuras de Alicia bajo tierra que Dodgson le había regalado en 1864, junto con otras primeras ediciones autografiadas, y una colección de juguetes, folletos y curiosidades relacionadas con Alicia en el País de las Maravillas. Consiguió 15.400 libras, equivalentes, en la actualidad, a más de un millón de euros. Cometió el error o la imprudencia de entregar ese dinero a Caryl, que lo invirtió sin habilidad y  lo perdió prácticamente todo. 



Caryl se casó en junio de 1929 con Madeleine Llewellen, una viuda de guerra que tenía ya dos hijos, y estableció definitivamente en Londres. Alice se había opuesto desde el principio a ese matrimonio, ya que consideraba inmorales a las viudas que contraían segundas nupcias, y sus relaciones con su hijo se enfriaron, aunque seguían escribiéndose. La viuda Hargreaves pudo permanecer en Cuffnells, pero privada ya de fiestas, soirées y reuniones sociales de alto copete, llevando una existencia solitaria, y olvidada de todos, hasta que llegó una efeméride que le otorgó una notoriedad inesperada: el centenario del nacimiento de Charles Dodgson.



Fuentes:


CALLEJAS, César Benedicto. "Alice Liddell y Leopoldo... un desamor de maravillas", en Cisterna de sol, 13 de mayo de 2016. 


COHEN, Morton N. Lewis Carroll: A Biography. Random House, Nueva York, 1995.


DOUGLAS-FAIRHURST, Robert. The story of Alice. Lewis Carroll and the secret story of Wonderland, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 2015.


LEACH, Karoline. In the Shadow of the Dreamchild, Peter Owen Publishers, Londres, 2015. 


4 comentarios:

  1. Están muy bien escritos este artículo y el anterior, que, creo, es lo primero que leo de Carroll en mi vida (he leído Alicia en el país..., pero nada de biografías o no-ficción). La historia se sigue como un culebrón: contada hoy día, parece ficción. Esperando la tercera entrega.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias por tu interés! Aunque estas entradas están centradas en Alice, tienes un enlace a más artículos sobre la vida de Carroll en el menú de la derecha de "Secciones", si no lo has visto. ¡Aún me quedan muchos por escribir!

      La notoriedad que Alice ha tenido en la posteridad se ha debido, en mi opinión, al hecho de que seguía viva cuando se celebró el centenario del nacimiento de Carroll, y fue posible hacerle el homenaje del que hablaré en el siguiente artículo, lo que hizo nacer un gran interés por su persona. Si ya hubiera fallecido para entonces y se hubiera quedado en una mención en las noticias conmemorativas, creo que hoy no se la recordaría ni por su relación con el príncipe Leopoldo. La mayor parte de su vida no fue digna de poner en una novela, pero otra parte de ella acabó superando a la ficción.

      Eliminar
  2. Muy interesante, como todo lo que escribes.
    La verdad es que me da pena Alice... Ser "famosa" ya desde su niñez y que administren su vida (aunque eso fuera lo típico de la época), que la gente estuviera pendiente de lo que hacía y, además, para acabar (de momento, veremos el desenlace) arruinada.
    Otro "juguete roto" de la sociedad.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por lo que estoy leyendo en las biografías de Alice, no fue realmente famosa hasta que se celebró el centenario del nacimiento de Carroll, y alguien se dio cuenta de que la niña del cuento todavía andaba viva por ahí. El que fuera objeto de sátira y chismorreo en Oxford no tuvo tanto que ver con los libros como con lo poco disimulada que era su madre en lo de emparejarla con el príncipe (aunque algún biógrafo dice que la madre intentaba en realidad separarlos porque sabía que no iba a acabar en boda). Aunque aún me queda mucho por leer, yo creo que Alice tuvo en general una buena vida, larga y feliz (excepto, obviamente, por las muertes de sus hijos) y que el ser la inspiración de los libros no fue nunca un pesar para ella. Eso sí, no tenía otra opción que casarse con un rico, o quedarse soltera y vivir de rentas, pero con eso no podía hacer nada, ni tampoco pareció molestarle.

      Eliminar

Artículos más leídos